El 17 de marzo de 1971 se produjo un escándalo en la Copa Libertadores en el empate entre Boca y Sporting Cristal de Perú por 2 a 2 en Buenos Aires. Tras una batahola descomunal, el árbitro del encuentro, el uruguayo Alejandro Otero, debió expulsar a 19 de los 22 jugadores. Todo se inició por una patada al pecho del peruano Gallardo al «Chapa» Suñé. La Bombonera fue suspendida y el presidente Alberto J. Armando no aceptó jugar fuera de su cancha, por lo que el equipo argentino fue descalificado del certamen.
La siguiente nota corresponde a la revista El Gráfico titulada: «1971. La historia íntima de una batalla atroz» que integra el libro «Historias Secretas de La Copa» (Capítulo 7). Producción: Eduardo Rafael, Nilo Neder (corresponsal en Córdoba), Carlos Enciso (desde Lima) y Franklin Morales (desde Montevideo).
La noche del miércoles 17 de marzo de 1971 jugaron en cancha de Boca, por la ronda clasificatoria de la Copa Libertadores de América, Boca Juniors y Sporting Cristal de Lima. Boca precisaba el triunfo para pasar a las semifinales. Sporting ya no tenía chance, pero la victoria, de conseguirla, podría servir para la clasificación de otro equipo peruano: Universitario. Esa era la atracción que llevó una multitud a la Bombonera, a pesar de que el partido se televisaba en directo a todo el país. El primer tiempo finalizó 2 a 1 favorable a Boca —goles de Coch y Ángel Rojas—, pero a los 69′. González Pajuelo, que había entrado en reemplazo de Orbegozo, convirtió el gol del empate. A esa altura del partido Novello y Pianetti habían sustituido a Madurga y Tarabini en Boca, y Torres a Risco en Sporting. Cuando faltaban 6 minutos, con todo Boca volcado sobre el área de los peruanos se produjo una supuesta falta contra Rogel que el árbitro, el uruguayo Alejandro Otero, no sancionó.
A partir de ese momento la cancha se convirtió en un escenario de batalla de la que participaron 21 de los 22 jugadores. La excepción se llamó Julio Meléndez. El juez decidió en el momento la suspensión del partido, la expulsión de 18 jugadores —exceptuó a Meléndez y a los dos arqueros: Rubén Omar Sánchez y Rubiños— y por decisión policial se ordenó la detención de todos los protagonistas, quienes fueron trasladados a la seccional 24. El testimonio de los principales responsables permite develar la historia íntima de lo que fue el mayor escándalo de la Copa registrado hasta ahora, en una cancha argentina, con participación de un equipo local.
Lo que dijo el árbitro
Tal vez todos los problemas comenzaron en el vestuario, cuando se sorteó el árbitro. La terna la integraban Carlos Robles (Chile). Armando Marques (Brasil) y yo, que era de los tres el de menor experiencia internacional. El partido no tuvo nada de especial, si prescindimos de la formidable presión del público de Boca que, en su cancha, parece venirse encima por la especial acústica del estadio. El clima era normal para un partido de Copa. No hubo brusquedades ni fricciones entre los jugadores. Tampoco el público pasó los límites normales. No se hablan producido pedreas ni intentos de invasión del campo. Todo esto lo confirmé después, viendo el «tape’ del partido. Había un solo jugador que podía complicarme porque lo veía alterado: Rojitas. Entonces decidí no aplicar «la diagonal» que aconseja la FIFA y seguirlo a él. En una jugada adelantó la pelota y cuando un zaguero rechazó puso una plancha muy clara. Discutieron varios jugadores y vi a Suñe que se acercaba a Gallardo, amenazándolo. Gallardo le pidió por la Virgen que no le pegara, pero Suñé igualmente lo golpeó. El peruano replicó con una patada voladora y ahí ve generalizó la pelea. Expulsé a 18 jugadores —todos menos Meléndez y los dos arqueros— aunque después viendo el tape, observé que Sánchez también intervino en los incidentes. Mientras yo estuve en la cancha él había permanecido en su área. Cuando estalla la pelea me reuní con el linesman y le dije al comisario deportivo que el partido estaba suspendido por expulsión de 18 jugadores. Después, la policía me obligó a bajar por el túnel por razones de .seguridad: caían trapos encendidos a la cancha y, en algunos sectores, se intentaba invadirla.
Cuando me hallaba rezando a la Virgen en el vestuario, llegó una persona de particular que se presentó como el funcionario policial de mayor grado en el estadio, Preguntó quién era el árbitro
—Yo —le contesté.
—Usted es el único responsable de todo lo que pasó —me dijo.
Asombrado, pensé que quienes habían peleado eran los jugadores y no yo, pero al parecer él pensaba distinto. Informó que debía llevarme detenido y que a partir de ese momento estaba incomunicado. De allí me llevaron a la seccional, policial donde me interrogaron v dijeron que me fuera. Regresé al hotel. Cuando retorné a Montevideo recibí a Eduardo Rocca Couture, tesorero de la Confederación Sudamericana de fútbol, quien me señaló que habían examinado repetidamente el «tape» y no habían hallado ninguna falla mía.. Posteriormente me llego la observación de que los expulsiones habían sido dispuestas en el vestuario v no en lo cancha. Me lo comunicaron por nota y nunca dejó de sorprenderme. (Alejandro Otero).
Lo que dijeron los jugadores de Boca
Lo que pasó no tiene explicación lógica. Nos descontrolamos cuando nos convencimos de que ya no podíamos ganar el partido. Para nosotros era fundamental porque con el empate quedábamos eliminados. Además, ninguno había pensado que las cosas podían complicarse. Antes del partido estábamos seguros de que lo ganaríamos, y cuando terminó el primer tiempo también. Después ellos empataron y nosotros nos enloquecimos. Cuando lo derribaron a Rogel en el área, pedimos penal y como no lo dieron nos agarramos a trompadas. Por eso digo que no hay explicación lógica. Nos peleamos ante la impotencia de no poder ganar el partido. Recuerdo que me encontraba tan fuera de mí que lo perseguí a Gallardo como loco. Él estaba asustado y tenía razón, porque creo que si lo agarraba lo mataba. Con su desesperación me largó una patada clavándome los tapones en la cara. Me enloquecí más todavía. En medio del tumulto apareció un tipo de particular y se metió entre los dos. Yo pensé que era un plomo, le di un empujón y lo tiré al suelo. Después en el vestuario, me enteré de que era el comisario de la 24. Allí nos comunicaron que estábamos todos detenidos. A mí me llevaron a la clínica Santa Isabel, en Flores, donde quedé internado y me aplicaron siete puntos de sutura. A la madrugada apareció un policía con un escribiente para tomarme declaración. En la cama de al lado estaba durmiendo mi padre, que se había quedado a acompañarme. El policía, creyéndolo un enfermo de cuidado, le pedía disculpas a cada rato por molestar a esa hora. Mi viejo se tapaba hasta las orejas y me hacía señas de que no dijera nada. Fue lo único cómico de una noche terrible. Después, el Tribunal de Penas me dio más de un año y medio de suspensión, pero me salvó una amnistía. (Rubén Jose Suñé).
Es un recuerdo inolvidable pero me da vergüenza contarlo. Fue un lío tremendo, y la televisión tuvo esa noche un programa extra. Las escenas de la pelea se vieron en toda América. Fuimos todos a reclamar un penal, el árbitro no lo dio y quedó rodeado por los jugadores. Yo llegué corriendo, me elevé por encima del grupo y le tiré una trompada al 2 de ellos, Mellán, que minutos antes había agredido a Rojitas. Cuando me di vuelta tenía a todos los peruanos alrededor mío, Nunca vi una pelea igual en el fútbol. Rogel y Silvero parecían boxeadores profesionales. Cuando todo terminó, salimos del estadio por una puerta semioculta. Yo fui a cenar con mi hermano a la cantina Di Notte. Ya había regresado a casa cuando a las dos y media de la mañana se apareció Rattín:
-Llevó ropa interior y no te olvidés el cepillo de dientes que vamos a la comisaría —me dijo.
Fuimos. Estaban todos los muchachos sentados. Los de Boca y los de Sporting. Ya había pasado todo. Nos mirábamos y sonreíamos. Estuvimos detenidos hasta pasado el mediodía. Después nos tocó ir a declarar a la AFA. Al único que se lo identificaba bien en medio del lío era a mí: el número 7 se divisaba clarito en mi espalda a través del «tape» de la televisión. Me dieron como un año de suspensión, pero enseguida vino una amnistía. Fue un hecho triste, aunque en ese momento la bronca por no poder ganar el partido nos envolvió a todos». (Jorge Antonio Coch).
Nosotros habíamos perdido con Sporting en Lima por 2 a 0, y después empatamos 0 a O con Universitario. Nos quedamos con la sangre en el ojo porque el referee no cobró un gol de Coch que Ballesteros sacó de adentro del arco, y además anuló uno de Rojitas. Esos resultados nos complicaban la clasificación, pero no dudábamos de que en la cancha de Boca le ganaríamos a los dos. Por eso, cuando ellos nos empataron, entramos a enloquecernos y cuando no dio el penal que le hicieron a Rogel se armó el lío. Estábamos todos presos en la comisaría y nos dimos cuenta de que había sido una idiotez lo que hicimos. Al otro día fui con Mifflin a un programa de televisión y les pedimos disculpas al público argentino y al peruano por el lamentable espectáculo». (Rubén Omar Sánchez).
Lo que dijeron los peruanos
Fue una pesadilla que nunca olvidaré. Cuando Suñé me perseguía pensé que no saldría con vida de esa cancha. Yo había tenido fricciones con él porque al minuto de juego me pegó fuerte y sin pelota. Venía de una lesión y jugué sin entrenamiento. Ese foul al minuto de juego fue a la pierna izquierda, la lesionada. En los minutos finales estaba acalambrado pero no podía salir, porque el técnico ya había hecho los dos cambios. Cuando comenzó la bronca iniciada por Rogel, la hinchada gritaba: «¡Y pegue… y pegue Boca pegue!». Yo me encontraba cerca de Quesada, caído y próximo a ser pisado por Suñé, que estaba enardecido. Le supliqué que no lo hiciese y la reacción de Suñé fue perseguirme a mí. Retrocedí unos pasos, busqué escapar, pero al final le apliqué una patada en la cara. Enseguida me vi rodeado de policías, fotógrafos y otros jugadores. Oí que gritaban: «¡Al negro. . . al 11, al 11!». Entonces decidí correr hacia el banco de los suplentes y de ahí al camarín. En el camino me saqué la camiseta. Cuando me estaba duchando aparecieron los policías para llevarnos detenidos. Yo, en principio, me negué porque esas cosas no ocurren nunca en Perú, pero después me convencieron y fui. Al mediodía nos dejaron en libertad. Hoy, meditando en todo lo sucedido, pienso que son cosas del fútbol, que la necesidad de ganar lo lleva a uno al descontrol como nos ocurrió a casi todos aquella vez.» (Alberto Gallardo).
Nunca podré olvidarlo. Para mí es el episodio más triste de mi vida porque por ese partido perdí a mi madre. Ella lo estaba mirando en Lima por televisión y observó claramente cuando me vi cercado, acorralado por varios jugadores de Boca, hasta que conseguí arrancar el banderín del córner y defenderme con ese palo. Lo estaba viendo todo, se impresionó y falleció de un ataque al corazón. ¡Cómo para olvidarme de ese partido! Yo había tenido el pálpito de que las cosas no se darían normales si ganábamos o empatábamos. Ellos necesitaban ganar. Nosotros estábamos eliminados pero podíamos ayudar a la clasificación de Universitario. Al hablar de lo que podio pasar, nos pusimos de acuerdo en que si se producía _alguna bronca nos íbamos a reunir en un solo bloque para defendernos. No fue posible. Faltaba muy poco cuando se armó el lío. Lo empezó Coch pisando a Eloy Campos, caído en el piso y le fracturó el tabique nasal. Enseguida Rogel se le fue encima a Mellán y no paró hasta mandarlo al hospital.
Palacios nos corría con algo que tenía en la mano y que a mí me parecía una cachiporra. Creí que esa noche nos mataban a todos.. .
A las tres de la mañana me sacaron de la comisaría donde estábamos detenidos. Fue raro, porque la orden era que no saliera nadie. Ale vino un extraño presentimiento que se acentuó cuando llegué al hotel. Los dirigentes me dijeron entonces que debía viajar de inmediato a Lima porque mi mamá estaba delicada de salud. En realidad ya había fallecido, pero no quisieron darme la noticia. Regresé junto a Gallardo y Del Castillo. En el aeropuerto Jorge Chávez nos cruzamos con los cinco jugadores que Sporting enviaba pura cubrir nuestras bajas en el partido contra Rosario Central que debía jugarse a los pocos días. Tampoco ellos me dijeron nada, Cuando llegué a casa me quería morir…» (Orlando De La Torre).
Las consecuencias
Tres jugadores terminaron hospitalizados. Los dos peruanos, Fernando Mellán y Eloy Campos, en el Argerich. Mellán presentaba conmoción cerebral de primer grado y Campos un pronunciado hematoma en el malar izquierdo, fractura del tabique nasal y corte en el labio superior. El de Boca, Rubén José Suñé, en la clínica Santa Isabel, donde le aplicaron siete puntos de sutura en la herida de su pómulo izquierdo. Detenidos en la seccional 24, apenas finalizado el partido, los jugadores de Sporting Cristal, y en horas de la madrugada, los de Boca, permanecieron allí hasta pasado el mediodía sin que se les aplicara, finalmente, el edicto policial que establece hasta 30 días de arresto a quienes protagonicen incidentes o alteraciones del orden público. El jueves 18 llegó al hotel donde se hospedaba la delegación peruana un telegrama del presidente de ese país, general Velasco Alvarado, felicitando a los jugadores de Sporting, incitándolos que «continúen defendiendo la divisa con honor e hidalguía». El presidente argentino, general Roberto Marcelo Levingston, recibió ese mismo día a los periodistas peruanos que habían llegado para cubrir la información de los partidos de la Copa, dialogó con ellos y formuló votos por la confraternidad americana. La Confederación Sudamericana de Fútbol, en su primera reunión, consideró los incidentes y castigó con 6 partidos de suspensión a Suñé; con 4 a Rogel, Rojitas y Cabrera; con 2 a Pianetti y José Rubén Palacios y 1 a Ovide. Roma y Novello fueron amonestados. Los peruanos recibieron estas sanciones: Mellán, 6 partidos; Eloy Campos, De la Torre, González Pajuelo y Gallardo, 4; Roberto Elías y Torres, 2; Quesada 1, Mifflin y Del Castillo, amonestados. El veedor oficial de la Confederación, sobre cuyo informe se decidieron las sanciones, fue el doctor Alfredo Francisco Cantílo.
A su vez, el Tribunal de Penas de la AFA, en su reunión del 2 de abril de 1971, suspendió a cuatro jugadores y al director técnico de Boca Juniors. A Suñé le aplicaron un año y seis meses de suspensión. A Roberto Domingo Rogel un año y cuatro meses; a Antonio Roberto Cabrera, un año y dos meses y a José María Silvero —director técnico— y Jorge Antonio Coch, un año. Veinte días más tarde, la cercana celebración del Día de los Trabajadores sirvió de excusa para la aprobación de una amnistía que dejó sin efecto todas estas severas sanciones. Se tuvo en cuenta, para ello, que la Federación Peruana de Fútbol no aplicó a sus jugadores ninguna sanción, a pesar de los antecedentes y pruebas que fueron remitidos desde Buenos Aires por el Tribunal de Penas de la AFA…
Un hecho destacado lo constituyó esta serena reflexión de los miembros del Tribunal de Penas: «Este Tribunal se siente en la obligación de poner de relieve como hecho sintomático la circunstancia de que en ocasión de la disputa de partidos de esta categoría es que se han producido grandes escándalos o anormalidades en el desarrollo de los mismos, que no son las comunes en confrontaciones locales o internacionales. Pareciera que sobre los participantes, acuciados por las perspectivas de beneficios económicos, sin duda importantes, actúa la pasión desenfrenada por triunfar a toda costa, sin reparar en los medios, lo que resulta peligroso frente a la posibilidad de que los hechos despierten la reacción tumultuosa del público asistente, cuyas consecuencias no son fáciles de prever.»
Fuente y foto: Revista El Gráfico
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