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Jugando en la 3ra. de Huracán, Osvaldo Omar De Felippe fue enviado a luchar a la Guerra de Malvinas. En 1998 soltó sus recuerdos por primera vez a El Gráfico y dejó este testimonio imprescindible.

Este 2 de abril se cumplen 39 años y SLDES comparte con sus seguidores esta producción que hiciera la desaparecida revista El Gráfico en 1998. Nos pareció prudente trascribirla tal cual en dos entregas ya que hoy, De Felippe es un entrenador respetado y además de su pasado en Malvinas, su carrera deportiva fue más que interesante como lo ilustra la producción de fotos.

Horacio Del Prado (1998)
Producción: German Heidel                                                                                                                                      Fotos: Alejandro Del Bosco, Carlos Alfano y Leonardo Cavallo.

En estos días hay guerra en el cine -solamente, a Dios gracias- por una de las últimas historias de Spielberg, «Rescatando al soldado Ryan», con Tom Hanks. Y hay guerra de Malvinas bullendo en los recuerdos -solamente, a Dios gracias- por el viaje del presidente Menem a Gran Bretaña, con Tony Blair y la Reina, entre otros personajes importantes, ya que Thatcher y Pinochet parece que perdieron rating y no les renovaron el contrato para este capítulo…

Mientras tanto, sigue el fútbol, como una fabulosa e inagotable caja de sorpresas. Porque se hable de lo que se hable, pase lo que pase en el cine o en el mundo, uno siempre encontrará en el fútbol un testigo único, singular, irreemplazable. Y en este caso, imprescindible.

Osvaldo Omar De Felippe (hermano mayor de Walter Fabián, el que juega en Banfield) era un pibe de Villa Madero, que como tantos en 1981 hacía «la colimba» («corre, limpia, baila», se decía del conscripto en las épocas en que había servicio militar obligatorio). Pero en su caso, mientras cumplía con el Ejército, jugaba en la tercera de Huracán, su club desde la prenovena.

Hoy se recibió de técnico y es el ayudante de campo del «Ruso» Ricardo Alberto Zielinsky, en San Telmo.

Entre un punto y otro de su joven biografía, hay un paréntesis que durante mucho tiempo llenó con silencios. Hasta que hace poco, una nota de El Grafico en su espacio de TELEFE Internacional, le dio la pauta de que había llegado un momento distinto: sintió algo así como que… por primera vez, podía hablar libre-mente. Que los ruidos y los dolores habían quedado lo suficientemente atrás como para empezar a nombrarlos sin quemarse la piel nomás rozarlos.

Y en una larga charla con la revista, a la sombra de unos apacibles árboles de primavera, tras una mañana de entrenamiento con San Telmo, nos ayudó a rescatar su increíble tránsito de futbolista a guerrero de la noche a la mañana. Su registro es detallado, profundo, inteligente y extenso. Lo que sigue es apenas una mera síntesis de sus vivencias, entre la guerra y el fútbol…

El silencio

«Una vez Víctor Hugo Morales me quiso hacer una nota. Yo estaba en el vestuario para salir a la cancha y se acercó un muchacho con el micrófono. Ahí me trabé y me di cuenta de que no podía hablar del tema… Hoy, sí. Porque puedo yo. Y porque pasó el tiempo. Hubo cosas que… uno tiene que tener un respeto bárbaro por los que no están, los chicos que no volvieron. Y sobre todo, por no herir a sus familias… Apenas volví nombré a un soldado por la radio, al que yo vi morir, al lado mío, en un bombardeo. Estábamos en el mismo batallón. Recibió una esquirla en el estómago y otra en la pierna, y se nos fue ahí… Al otro día de contarlo, en el entrenamiento de Huracán, el Loco Candedo me avisa: “Che, Gurka… te busca un muchacho». Era el hermano del pibe. Me acuerdo que era cartero. Me contó que nadie les había dicho nada. «Mi vieja todavía lo está esperando», me dijo, y yo me hubiese cortado la lengua… Me pidió por Dios que le contara cómo había muerto el hermanito. Se lo conté. Y me quedé mudo hasta hoy».

El fóbal y el gurka

«El Loco Candedo me decía Gurka, porque con las cargadas, con las bromas, uno va saliendo. A mí Huracán me ayudó mucho. Me recibieron con mucha… calidez, me apoyaron siempre. El Baby Cortés, por ejemplo, era mi compañero de pieza. Y siempre me hacía una gritaba “¡Ataque!» y se tiraba abajo de la cama, y los demás le seguían el juego. Y yo también. Me hacía bien tomarlo con humor».

Carta de Huracán

«Lo más bravo para el grupo nuestro lo vivimos cuando faltaban dos o tres días para el final y los combates eran feroces por todas partes. Nos vinieron a buscar a la posición y nos llevaron a un galpón donde había comida…montones de comida… que allá era uno de los grandes problemas para los soldados. Y nos dejaron comer lo que quisiéramos. Yo me di cuenta de que era algo así como la última cena… Después nos pusieron en marcha y nos dijeron. «Dejen todo, menos las armas, las municiones… y las cartas de sus familias». Nunca me voy a olvidar ese momento con los muchachos, mis compañeros de toda la guerra, el cabo primero Torrecín, Juan Fernández -que lo sigo viendo- y Sergio Leal, que íbamos a la primera línea. Y que no volvíamos… Cargué mi ametralladora, las balas y tres cartas. La de mi vieja, la de mi novia y la que me mandaron de Huracán. También me llevé las que recibíamos de los chicos de las escuelas, que no te conocían, pero te ayudaban tanto… Había que estar allá para entenderlo».

Matar a alguien…

«Era todo muy raro. Por momentos, uno se sentía como si estuviera viendo una película. Otras veces te decías a vos mismo: «¿Qué carajo estoy haciendo acá?» Ese día, cuando nos mandaron al frente, yo iba en la segunda línea. Adelante van los fusileros y, como yo tenía la ametralladora, la MAG, que es más pesada y de más alcance, unos dos mil metros, iba unos 100, 200 metros atrás de ellos. Tirábamos por arriba. Y por arriba nuestro, los cañones de 90 milímetros, que venían atrás de todo, completando el apoyo… Entonces los fusileros nos vinieron a buscar porque, nos dicen: «Mire, allí hay un nido de ametralladoras de los ingleses y no nos dejan avanzar, nos están haciendo pomada. Barrelos vos…» Mi compañero y yo nos preparamos, desde el principio nos habíamos puesto de acuerdo en que yo era el que tiraba, y los ametrallamos. No sé si los maté o se escaparon. No maté a nadie, que yo lo haya visto. Lo único que sé es que dejaron de tirar y seguimos avanzando. ¿Qué querés que te diga, hermano? Ojalá se hayan escapado…»

Fuente y fotos: www.elgrafico.com.ar

 

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