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El «Tano» marcó casi 400 goles en su carrera, es el máximo artillero histórico de la Ligue 1 francesa pero no recibe un reconocimiento acorde a la trayectoria de grandes glorias de este país. «Yo en Mónaco no puedo caminar y acá no me conoce nadie», dijo.

«Yo en Mónaco no puedo caminar y acá no me conoce nadie. ¿Te parece que una persona haga 400 goles en Europa o más, esté dentro de los 15 goleadores de toda la época del fútbol mundial, que sea el máximo goleador del fútbol francés y que nadie te dé bola acá? ¿Te parece normal? Yo no vivo ni como de eso, pero sería lindo que por mi familia, amigos e hijos se acuerden de vez en cuando», reflexiona Delio (71). No hay tono de enojo en sus palabras, tal vez un dejo de decepción o desazón. Un dolor persistente de esos a los que uno se acostumbra y no le impide seguir de pie.

Onnis dejó el fútbol en 1986 cuando ya había gritado 299 goles en 499 partidos dentro de la Ligue 1, a donde había arribado luego de vestir las camisetas de Almagro y Gimnasia de La Plata en el país. Allá le rinden pleitesía a cada paso que da; acá, camina como un divertido y amable transeúnte que esconde a los ojos de todos un inconmensurable tesoro en el deporte por excelencia. Podría colgarse la medalla del desconocido más conocido de Argentina.

Quizás el primer detalle del rompecabezas debería tallarse en torno a su nacionalidad: Delio nació en Italia, pero duró unos pocos meses en aquella nación que padecía todavía los castigos irresponsables de la segunda guerra mundial. Su padre llegó solo a Argentina en 1948 con la idea de asentar las bases y luego traer a su mujer con el pequeño bebé. En el corazón de un barrio de Palermo que no olería que en el futuro sería cuna de la moda local encontró donde echar raíces. Dos años más tarde llegó el pequeño Delio para vivir enfrente del viejo «cajoncito», como se denominaba a la cancha de Atlanta por entonces. Las casualidades empezaban a entrometerse en su destino.

Ya adolescente, acompañó a un amigo a una práctica de Almagro y, mientras estaba en la tribuna, lo invitaron a sumarse porque «faltaba uno». «¿Usted qué hace de su vida?», fue la pregunta del director técnico que lo introdujo finalmente en el fútbol luego de aquel entrenamiento. Años más tarde, su partida al fútbol francés fue otro guiño del destino. «Mi transferencia a Francia fue una casualidad, cosas de la vida», reconoce.

El Stade de Reims, el máximo ganador de la Ligue 1 por entonces con seis títulos, sufría una erosión en su estructura y recién regresaba a la máxima categoría a tres años de haber descendido. El retorno no era soñado y apenas sumaban un triunfo en las primeras seis presentaciones. Debían torcer el rumbo y eligieron a Alfredo Obberti, que por entonces brillaba en Newell’s. «El Mono era un jugadorazo, más técnico que yo. Pero cuando llegaron los dirigentes del Reims al país la señora de él decidió no irse. Yo estaba en Gimnasia. Vinieron y me avisaron que no jugara porque la venta estaba hecha, iba a ir yo en su lugar; pero jugué igual con una costilla medio averiada que no me dejaba respirar. Perdimos 3-0 y no toqué una pelota. El empresario estaba loco porque decía que por eso no me iban a querer llevar. Pero esa noche vino el presidente del Reims y me hizo firmar el contrato en medio de una cena», rememora quien en estas tierras vistió las casacas de Almagro y Gimnasia de La Plata.

Era una época en la que no había demasiados movimientos de Sudamérica a Europa. Es más, fue el segundo argentino en llegar a Francia detrás de Ángel Marcos (de Chacarita a Nantes): «Tuve la suerte de que me fue bien desde el primer partido. A veces hay que tener culo en la vida… Ese partido en el que debuté era para perderlo por 4 ó 5 goles de diferencia y por esas cosas de la vida lo ganamos 2-0 con dos goles míos. Viajamos en unos avioncitos a la vuelta, llegamos a las 2 de la mañana y en el aeropuerto había hinchas a morir. A partir de ahí, la gente me tomó cariño». Marcó 45 goles en 76 partidos durante dos años en Reims, pero no pudo hacer reaccionar al equipo. Era hora de partir.

«Yo no me daba cuenta en ese momento de que vivía como una estrella. Estaba como en una burbuja», advierte. «Fue un impacto grande en la sociedad porque el fútbol está muy anclado en Reims. Allí jugó el mejor jugador del fútbol francés, Raymond Kopa», agrega.

El timbre sonó. Una nueva parada del destino lo esperaba. Reims estaba obsesionado con un tal Carlos Bianchi que rompía redes con Vélez en Argentina, pero debía deshacerse de un extranjero. «Mónaco me vino a buscar. Estaban igual que Reims antes: varios jugados y ninguno ganado. Cuando vi que solo iban a jugar tres extranjeros en Reims, y Mónaco me había gustado tanto de una visita anterior,  dije ‘bueno, voy’, pero aproveché para conseguir una mejora económica», explica.

Durante su estadía en Mónaco vio cómo un campeonato semiprofesional empezaba su lento camino rumbo a ubicarse como una de las cinco ligas más importantes de Europa. También fue la piedra angular para erigir al team del principado como uno de los más importantes de ese país: gritó 223 goles en 278 juegos, logró dos títulos y fue el máximo artillero en dos temporadas.

Un gol para el título de 1978 y otro tanto en la final de Copa de 1975

«Me fue bien, tuve suerte. No estuve lesionado. Igual, alguna cualidad debería tener. No se hacen tantos goles así porque sí. Mi orgullo es que hice 299 goles (en Ligue 1) pero en 14 años, una cifra de 22 por año. Ese es mi orgullo: muchos hacen 30 en un torneo y desaparecen. Acá los números no hacen trampa. Y, además, los hice en clubes chicos, no en el Real Madrid», señala. «No era un gran jugador técnicamente, pero estaba en el lugar. Tenía mucho olfato. Un goleador: sangre fría en lugares calientes», define con precisión como adentro del área.

«Si quisiera exagerar, te diría que no puedo caminar por las calles de Mónaco porque me quieren mucho; ¡pero mucho eh! Me quedé a vivir ahí, mis hijos viven ahí, conozco al príncipe, a todos», se sincera.

Onnis es un rey en tierra de príncipes. Los dueños del trono lo veneran. Los ciudadanos le rinden tributos: «La gente de mi edad cuando camino por la calle por ahí no los veo, pero empiezan a cantar «Deeelio, Deeelio» por la calle. Alberto, el príncipe, cuando me ve llegar me canta eso. La gente cuando jugaba gritaba eso».

Aunque no es la única excentricidad de su otra vida: «La otra cosa llamativa fue que un día un hincha estaba paseando con el carrito del bebé, me para y me dice que es hincha del Mónaco. Me pidió un autógrafo y yo le elogio el nene. «¿Cómo se llama?», le pregunto. «Delio», me dice. Lo miro y le digo «no, se llama Delia». «No, no, Delio», responde. «¡Pero cómo se va a llamar Delio si es una nena!», dije. «Sí, hice todos los papeles posibles, imaginables, para que se llame Delio», me explicó. ¡Me mostró los papeles! Ese tipo era un loco. Son pavadas pero me llenan de orgullo».

La lista de particularidades se extiende. Suena raro, pero ese abuelito amable, que cuenta sus peripecias exóticas en Francia, está parado en el corazón de Palermo como si no fuese una celebrity. No es una exageración este mote, lo reconoció hasta el mítico Michel Platini cuando llegó a Italia para sumarse a la Juventus en 1982 y le espetaron que nunca había sido goleador en Francia: «Era imposible teniendo que competir con dos monstruos como Bianchi y Onnis», se confesó.

El «Tano» permaneció durante 564 encuentros repartidos entre Reims, Mónaco, Tours y Toulon. Señaló 381 goles allí entre las diferentes competencias europeas; números fríos que no contabilizan los gritos en Argentina. Sus estadísticas están en el mismo círculo que las de «Don Alfredo» Di Stéfano, la «Pulga» Messi y el «Kun» Agüero en Europa, por citar monstruos de diversas épocas.

«Estoy contento de que un loquito está detrás de Messi por los goles que hizo. Es un placer enorme. No se me puede comparar con ese monstruito. Es verdad que hice dos o tres goles, pero él hizo un millón. Además, los goles no tienen nada que ver, ¡es la manera de jugar! Lo quiero mucho y él no lo sabe, ni me conoce», acepta.

Las cifras conducen a un solo lugar: ¿por qué nunca estuvo en la selección argentina con semejante rendimiento? «Alguna vez me citaron a la Selección y no sabían que era tano. Fue Renato Cesarini. Cuando fui a cambiarme para entrenar me dijeron: ¿trajiste los papeles? Se los di y me dicen: ¡pero la puta madre, sos tano! ¿qué estás haciendo acá? Cuando me citaron no sabía que no podía jugar. Soy argentino de corazón, no de papeles», detalla. Aunque la pregunta que se impone es por qué jamás se intentó hacer los trámites necesarios para permitir su presencia en el equipo nacional. Un misterio sin resolver.

Socio futbolísitco del «Pato» Pastoriza en el Mónaco y de estrecha amistad con su competidor Carlos Bianchi, Onnis permaneció ligado históricamente al club monegasco como ojeador y donde tiene la mitad de su vida. La otra mitad la sigue teniendo en Argentina, con su madre y su hermano. Y, claro, con aquel velo de invisibilidad que lo persigue. «No tengo ningún problema con el choque de vidas, me da lo mismo. No busco fama. No me importa que me reconozcan y me pone contento cuando me reconocen», reflexiona con la fatiga lógica de un partido que parece ya perdido.

Fuente y foto: www.infobae.com

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