Abebe Bikila (Jato, 7 de agosto 1932 – Addis Abeba, 25 de octubre 1973)
El primer gran héroe africano vino de Etiopía y su gran mérito fue lograr el primer oro para África en unos Juegos Olímpicos al ganar la maratón de Roma 1960. Descalzo y con récord del mundo incluido, Bikila demostró que el continente negro estaba capacitado para ponerse a la altura de occidente, no sólo a través de las revoluciones que estaban llevando a cabo sus independencias, sino también a través del deporte. Y lo hizo en un país que, bajo el régimen de Mussolini, había sido el opresor de su pueblo.
Abebe Bikila nació en un pequeño pueblo de Etiopía, era hijo de un humilde pastor de cabras y no aprendió a leer hasta los 14 años. A los 20, se alistó a la Guardia Imperial de Haile Selassie I, como tantos otros jóvenes etíopes que buscaban un sustento. Hasta entonces, el joven Abebe sólo había corrido de forma esporádica, pero el día que vio desfilar a los atletas del equipo nacional que habían participado en los Juegos Olímpicos Melbourne 1956, con las camisetas con la palabra Etiopía escrita a la espalda, supo cuál iba a ser su destino.
Así comenzó su andadura como atleta. Poco a poco comenzó a ganar diversas pruebas de fondo y batiendo récords en el campeonato de las Fuerzas Armadas, entre ellas la maratón. Sin embargo, pese a su cierto reconocimiento, fuera de Etiopía no le conocía nadie y no fue seleccionado para participar en los Juegos de Roma. Pero la fractura de un pie jugando al fútbol de uno de los miembros del equipo de maratón permitió su inclusión. Y no desaprovechó el regalo que le hicieron.
Bikila pasó a la historia el 10 del septiembre de 1960. Aquél día un etíope desconocido empezó la maratón descalzo. Las zapatillas que le dieron para correr, unas Adidas (patrocinador olímpico) no le resultaban cómodas. Aunque él se encargaría de darle un toque heroico al final de la prueba. “Quería que el mundo supiera que mi país, Etiopía, ha ganado siempre con determinación y heroísmo”, dijo.
El mundo se quedó impresionado viendo a un atleta correr descalzo al tiempo que pensaban que así no iba a llegar a ninguna parte. Pero lo cierto es que llegó muy lejos. Bikila se destacó muy pronto sobre el empedrado romano y junto con el marroquí Rhadi Ben Abdesselam, el gran favortio, llegaron hasta los últimos 3 kilómetros. Cuando ambos pasaron junto al obelisco de Axum, expropiado a los etíopes, Abebe apretó para llegar solo a la meta estableciendo una nueva plusmarca mundial de 2h:15:16. Bajo el arco de Constantino, el mismo desde el que Mussolini partió con su ejército a la conquista de Etiopía, Bikila redimió a los suyos y puso a Italia a sus pies.
Cuatro años más tarde, esta vez con zapatillas, volvió a ganar el oro en Tokio batiendo de nuevo el récord del mundo con 2h:12:11. Se convertía en el primer atleta en revalidar el título olímpico de maratón, algo que después de él sólo ha conseguido el alemán Waldemar Cierpinski (Montreal 1976 y Moscú 1980). Y de nuevo lo logró de forma heroica e impresionante, porque sólo seis semanas antes había sido operado de apendicitis, lo que afectó a su programa de entrenamiento. Bikila rompió todos los esquemas. No sólo ganó, sino que acabó tan entero que esperó a sus rivales haciendo una tabla de gimnasia.
En los Juegos Olímpicos de México 1968, Bikila, ya con 36 años, no pudo hacer triplete por culpa de unas molestias en su rodilla y, sobre todo, porque padeció el mal de altura, lo que le obligó a retirarse en el kilómetro 17. Esa fue su última participación olímpica y la última vez que se le vio correr.
Al año siguiente, Abebe sufrió un accidente de coche (con el Volkswagen que le había regalado el Gobierno por su victoria en Tokio) al intentar esquivar a un grupo de estudiantes en una manifestación. Quedó parapléjico para siempre, algo que aceptó con la misma entereza que cuando obtuvo la gloria. “Los hombres de éxito conocen la tragedia. Fue la voluntad de Dios que ganase en los Juegos Olímpicos, y fue la voluntad de Dios que tuviera mi accidente. Acepto esas victorias y acepto esta tragedia. Tengo que aceptar ambas circunstancias como hechos de la vida y vivir feliz”, dijo entonces.
Fue invitado a los Juegos de Múnich, donde impresionó ver en silla de ruedas al que había sido paradigma de la zancada. La ovación fue atronadora en todo el estadio olímpico. Un año después fallecía como consecuencia de una hemorragia cerebral producto de secuelas del accidente. En su país, más de 65.000 personas y con el emperador Haile Selassie I presente, despidieron a su héroe.
Prácticamente hasta su portentosa actuación en Roma 1960, el continente negro no era nada en los Juegos Olímpicos. Bikila fue una inspiración para las siguientes generaciones. Desde entonces, los africanos han ido aumentando su poder en las carreras de fondo, siendo los auténticos dominadores mundiales. Su compatriota, Haile Gebrsselasie, otro de los grandes fondistas de la historia, lo resumió en su día de esta manera: “Bikila hizo que nosotros, los africanos pensáramos: Mira, él es uno de nosotros, si él puede hacerlo, nosotros podemos hacer lo mismo”. El corredor descalzo sigue corriendo en las mentes de los africanos.
Fuente: http://www.ellocoquecorre.com/
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