El 5 de mayo de 1991, Ricardo Enrique Bochini jugaría su último partido tras 19 años de exitosa trayectoria en Independiente. Contra Estudiantes (LP) en Avellaneda, saldría lesionado tras una patada que Pablo Erbín le propinó y que aceleraría el retiro, a los 37 años.
Hay unas viejas imágenes del programa Todos los goles que estremecen: se ve al Bocha –camiseta, pantaloncito y medias rojos– que recibe la pelota en tres cuartos de cancha, de espalda al arco de Estudiantes; se ve, también, que apenas la acaricia a un costado y gira el cuerpo para dejar en el camino a Pablo Erbín, que viene de atrás a la carrera quién sabe con qué intenciones; y se ve, al final, el golpe en la rodilla derecha que lo voltea. Y el Bocha cae como nunca había caído. Se retuerce en el piso de dolor, con la mano derecha se toma la pierna y con la izquierda pide ayuda. El árbitro Manuel Jácome no duda: roja para el defensor de Estudiantes. Mientras, Bochini se sigue revolcando. Hay tumultos y reclamos, alrededor del caído aparecen compañeros preocupados y rivales curiosos. Erbín enfila para el túnel visitante, ahí nomás de la popular local, en un vía crucis que –aunque todavía no lo sabe– lo va a atormentar por siempre. El doctor Ugalde revisa al Bocha y pide el cambio. Silvio Rudman trota para entrar en calor. Una camilla se lleva al Maestro. Es el final.
Entre que Bochini recibió la patada y salió en camilla pasó poco más de un minuto. Nada. Fue un instante, un relámpago que acabó con todo. Nadie sospechaba ese 5 de mayo de 1991 que el Bocha iba a jugar su último partido, ni que ese gesto de dolor iba a ser el definitivo, y mucho menos que Erbín se iba a convertir en uno de los líderes del eje del mal. Pero todo eso ocurrió, y en poco más de un minuto. La historia del más grande se cerró en la Doble Visera, y nada menos que ante Estudiantes. Ese instante de dolor cortó un ciclo de 19 años, los más gloriosos de la historia de Independiente.
Hay quien dice que ese partido terminó uno a uno. Alguno puede acotar que lo iba ganando Estudiantes con un gol de Mac Allister en el primer tiempo y que lo empató Alfaro Moreno en el segundo. Ah, era la undécima fecha del torneo de Primera División, agrega otro. Pavadas. Nada de lo que haya ocurrido esa tarde y que no tenga que ver con el Bocha puede ser relevante. ¿Qué cabida pueden tener los datos estadísticos cuando la última foto del Maestro en un campo de juego es sobre una camilla y doblado de dolor?
Final anunciado. El Gráfico calificó a Bochini, en ese último partido, con seis. Puntaje generoso si se toma en cuenta que sólo jugó 44 minutos de un encuentro que la propia revista definió como “mediocre”. Sólo fútbol, tal vez ante la intuición del desenlace, le ofreció más despliegue a la lesión y les dio voz a los protagonistas del episodio. “Es un esguince leve de rodilla –explicó el doctor Ugalde–, por lo que tendrá que permanecer inactivo durante cuatro o cinco días para después ver cómo evoluciona.” El Bocha, en cambio, fue más realista: “Justo ahora que estaba bien me pasa esto, voy a tardar como veinte días para recuperarme del todo. El problema no fue el golpe sino que en la acción el jugador de Estudiantes me llevó la rodilla y se me dobló”. Al final, fue una maldita distensión de ligamentos.
Lo que las revistas no contaron es que mientras el Bochahablaba en el vestuario de Independiente, en el visitante había un grupo de hinchas que querían ajusticiar a Erbín. En ese momento nadie sabía que el golpe iba a ser definitivo, pero todos estaban al tanto de que Bochini llegaba entre algodones, después de un parate por una lesión en esa misma rodilla. La mínima posibilidad de que la lesión fuese fatal justificaba el castigo sin juicio previo. Por eso, la puerta del vestuario de Estudiantes era un verdadero infierno. Y por eso, Erbín salió escoltado por la policía y se tuvo que escapar de la Doble Visera arriba de un patrullero.
Hasta esa patada erbiniana el Bocha no sabía de dolores. En 19 años de copas, clásicos y finales regaló postales con la pelota al pie y la cabeza levantada, milimétricos pases a la red, toques sutiles y gambetas impredecibles. Pero lesiones que hayan terminado sobre una camilla, nunca. Por eso lo del 5-M estremece. Fue como finalizar la película con una escena que no tiene ninguna relación con el resto del argumento. El espectador, obvio, queda desencajado, no entiende. Eso fue lo que ocurrió el cinco del cinco del noventa y uno. ¿El Bocha en camilla? Imposible ¿En serio se retuerce de dolor? Ah, no, es demasiado. Que la última foto sea esa suena, por lo menos, injusto. Ya pasaron veinte años, uno más que los 19 que jugó. El pase gol lo extraña.
“Largué el fútbol porque recibía patadas que antes podía esquivar”
Bochini vuelve a pisar el cesped de la cancha de Independiente. No hay pelota, no hay camisetas rojas ni rivales preocupados, pero está el recuerdo de esa última jugada que hace veinte años aceleró la decisión de colgar los botines. El Bocha se para en el lugar exacto donde ocurrió la infracción y explica con precisión pedagógica: “Acá paré la pelota, giré y cuando quise arrancar vino Erbín de atrás y me golpeó. Fue muy doloroso, quedé tirado en el piso, me agarraba la rodilla y hacía señas para que me ayuden. En seguida me di cuenta de que era una lesión grave”.
—¿Te quedó algún rencor con Erbín?
—No, ninguno, porque la patada me la da cuando ya me estaba retirando. Si me hubiera pegado a los veinte años, me hubiera recuperado. Además, tampoco fue un golpe fuerte, vino de atrás, es cierto, pero no es que me quebró la tibia y el peroné.
—Esa patada, entonces, sólo aceleró una decisión que venías pensando.
—Ese partido con Estudiantes fue el quinto o sexto que jugué ese año, porque yo venía de una lesión igual que había tenido unos meses antes en un partido contra Chaco For Ever. A eso se le sumó que a principio del ’91 mi papá se enfermó, entonces ya empecé a pensar en mi retiro. Ese verano ni siquiera hice pretemporada, me sumé al plantel cuando volvió de la costa. A finales de marzo falleció mi papá, y empecé a jugar salteado. Hasta que llegó el partido con Estudiantes y la lesión de Erbín me terminó de decidir.
—¿Antes de la patada de Erbín hubo otros episodios que te hayan llevado a pensar en largar el fútbol?
—Sí, varios. El principal es que venía recibiendo patadas que antes podía esquivar, y cada vez tardaba más en recuperarme de los golpes. Además, como ese equipo recién estaba en formación y no peleaba nada me provocaba menos entusiasmo. Y debo reconocer que ya estaba medio cansado de los sacrificios, fue mucho el tiempo que les dediqué a los entrenamientos, a concentrar…
—Es curioso: decidís tu retiro cuando asumís que ya no tenés velocidad para esquivar patadas.
—Fue así, yo nunca me había lesionado tanto. Lo que pasa es que yo me exigía mucho a mí mismo. Entonces, cuando me di cuenta de que me costaba esquivar los golpes, y eso me provocaba lesiones, empecé a pensar que ya era hora de retirarme.
—¿Ya tenías pensado que ibas a agarrar como entrenador?
—No, cuando me retiré ni pensaba en ser técnico tan rápido. Apenas pasaron tres meses y ya agarré la Primera, y lo hice sabiendo que no tenía un gran equipo, pero con la esperanza de que con el paso del tiempo se podía formar. Sí tenía la idea de que jugara al fútbol que jugaba yo.
—Algo que después de tu retiro se logró muy pocas veces.
—Un poco con Brindisi, con el Tolo Gallego, el primer ciclo de Menotti. No más que eso.
—¿Nunca te picó el bichito de volver a jugar?
—Sí, cuando dejé de ser técnico de Independiente. Fui a jugar un amistoso para un equipo de un amigo, de Laboulaye, contra Atlanta. Me acuerdo que la cancha estaba embarrada, era un desastre, y yo ya tenía 38 años, pero jugué una barbaridad, me salieron todas. Gambeteaba, jugaba, hasta di dos pases gol. Ahí me dieron ganas de volver. En Independiente creo que el técnico era Nito Veiga, y se me ocurrió ir a hablar con él. Pero después me arrepentí porque pensé que ya había anunciado mi retiro, que me habían hecho el partido de despedida, y me pareció que después de eso volver no estaba bien.
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Fuente: Diario Perfil
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