Aquel día no hicieron su mejor marca ni alcanzaron la gloria, e incluso pusieron en riesgo su vida con dos graves casos de colapso en deportistas. Sin embargo, su espíritu de superación y competitividad ha inspirado a triatletas de todo el mundo tras aquella participación en el campeonato del mundo de triatlón distancia Ironman de 1997. Los nombres de las estadounidenses Sian Welch (1966) y Wendy Ingraham (1964), y su gateo agónico para alcanzar la meta están grabados en la historia del deporte.
Pero, ¿qué historia hay detrás de aquel dramático final? La carrera -consistente en 3,8 kilómetros de natación, 180 kilómetros en bicicleta y 42 kilómetros de carrera a pie- fue atípica en aquella edición de 1997. Los fuertes vientos y altas temperaturas, por encima de las ya habituales en Hawai, convirtieron la competición en la más lenta y dura de las últimas décadas. En este infierno, la carrera femenina estuvo dominada por una atleta canadiense poco conocida, Heather Fuhr. Su dominio fue aplastante y cruzó la meta en 9 horas y 31 minutos.
Los primeros indicios del colapso
Las californianas Sian Welch y Wendy Ingraham estaban dentro de las cinco primeras clasificadas de la categoría femenina. Ya habían superado casi la maratón final al completo cuando sus fuerzas empezaron a agotarse.
Durante toda la competición, Ingraham iba por delante de Welch. Llegó a sacarle hasta cuatro minutos. El tercer puesto podía ser suyo, pero en el kilómetro 40, Ingraham empezó a sentir calambres en las piernas y se vio obligada a bajar el ritmo y a aplicarse masajes para poder continuar.
Entonces, Welch le adelantó. Pensaba que podía alcanzar el tercer puesto en la meta, un enorme éxito, pero sus esperanzas empezaron a truncarse cuando, a un kilómetro para la meta, la brasileña Fernanda Keller, que ya había adelantado a Ingraham, se disponía a darle caza a ella, ya sin fuerzas.
A poco más de 100 metros para la meta, las piernas de Sian Welch empezaron a fallar y Fernanda le adelantó, alcanzando la meta en 9:50. Sian Welch ya no podía con su cuerpo. Solo unos metros le separaban de la línea de meta y el ansiado cuarto puesto. Entonces, su trayectoria comenzó a ser errática. En un intento por girar la cabeza y mirar hacia atrás para comprobar si Ingraham estaba cerca, cayó al suelo como una marioneta. Intentó levantarse pero sus piernas no respondían y volvió a darse de bruces contra el asfalto. Era un claro caso de colapso. En cuestión de segundos, alguien del público gritó, “ahí viene Wendy”. El murmullo se convirtió en clamor desde la meta. La triatleta perseguidora avanzaba con dificultad, sus piernas tampoco respondían bien. La agonía de Sian crecía.
Wendy se acercaba cada vez más a la entonces cuarta clasificada, pero se veía obligada a caminar como una anciana para poder avanzar, entre espasmos y caídas. Sian intentó acelerar para que Wendy no pudiera alcanzarla, pero cada intento tenía como resultado una nueva caída al suelo. Caía, alzaba la vista, y se agarraba a la valla que retenía al público para intentar levantarse. Pero todo el esfuerzo del mundo tenía un único resultado: el suelo. En medio de esta agónica escena, Wendy alcanzó a Sian y ambas chocaron para caer de nuevo desplomadas al asfalto.
Sólo quedaban 20 metros para la meta. Sus rodillas pisaban ya la alfombra azul que anunciaba la llegada. Ambas estaban viviendo una pesadilla, tal y como reconocerían en entrevistas posteriores.
El sufrimiento de ambas atletas hizo recordar al público el caso de Julie Moss quince años antes, en 1982, en unas imágenes recogidas por las cámaras de televisión de la ABC. Son situaciones que pueden representar un gravísimo riesgo para la salud y que en ningún caso deben ser emuladas por deportistas amateur.
Ingraham, más tarde, recordaría la escena en una entrevista para subrayar que su mente enviaba órdenes con claridad, pero que su cuerpo no respondía. “Era como si mi cabeza y mi cuerpo estuvieran separados. Mi cuerpo estaba ahí pero no respondía. Finalmente, me di cuenta de que no podía terminar el recorrida andando y, de repente, volví a tener tres años. Comencé a gatear lentamente”. Así es como acabó gateando, en una situación de serio riesgo para la salud.
Sian, en otra entrevista, coincidió: “Mi mente estaba bien pero mi cuerpo no hacía lo que el cerebro le ordenaba. Al ver a Wendy pensé, buena idea, y comencé a imitarla”. Las atletas entraron, de esta forma, literalmente a gatas en la meta.
Con sus manos y sus propias rodillas, ambas consiguieron finalizar la prueba con diez segundos de diferencia. Wendy Ingraham, que entonces tenía 33 años, fue cuarta con una marca de 9:51:31. A pesar del cansancio y la fatiga no dudó en sentarse en la línea de meta y tenderle la mano a su compatriota.
El duelo que protagonizaron no les hizo tirar la toalla. En años sucesivos, vencieron pruebas de la franquicia y continuaron luchando por vencer en Hawái pero nunca alcanzaron la gloria. Su “gateo”, eso sí, quedó grabado en la historia de la prueba y atrajo a muchos participantes a esta durísima disciplina.
Fuente y foto: www.saludmasdeporte.com
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