El concepto planteaba un vehículo personal con un reactor nuclear en la parte trasera. Se impulsaría mediante una turbina movida por vapor, con una autonomía de más de 8.000 kilómetros.
Los años 50 representaron un período de obsesión por el futuro, un futuro en el que para muchos la energía nuclear representaba el paso lógico tras la electricidad y, por supuesto, el petróleo. Ford, en el año 1958, presentó su idea de movilidad basada en la energía atómica, un proyecto ambicioso que, por razones más que obvias, se quedó en una mera maqueta a escala.
El artículo de hoy es especial. Pocas veces –o ninguna– hemos dedicado este espacio a hablar de un modelo que no ha existido. Es más, ni siquiera se realizó una representación a escala mínimamente funcional, si no que la única constancia que queda de él al público es una maqueta de 3:8 expuesta en el museo de la marca.
Pero ello no quita que la historia sea de gran interés, ya que los motivos de estos hechos quedarán claros a lo largo del texto. Y es que durante los años 50, ya pasados los terribles acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, el mundo miraba al futuro con más ilusión y optimismo que nunca. Las ciudades espaciales o en la Luna parecían cuestión de apenas unas pocas décadas y las energías alternativas a la electricidad y el petróleo, como la nuclear, pasarían a ser el pan de cada día.
Obra del diseñador Jim Powers, es en este marco donde Ford presenta el Nucleon Concept en el año 1957, un concepto ambicioso, tan ambicioso que aún a día de hoy parece una locura. Éste proponía montar un reactor nuclear en la parte trasera del coche como elemento impulsor del mismo. Porque sí, en aquella época consideraban que los reactores atómicos sufrirían una reducción tanto en tamaño como en peligrosidad en los años venideros.
Su sistema de tracción nunca ha quedado justificado del todo, ya que únicamente se desprende de las intenciones originales de sus diseñadores. La cuestión era situar un reactor de fisión de uranio enriquecido en la parte trasera del vehículo, cuyo calor se aprovecharía para calentar agua hasta convertirla en vapor. Este vapor impulsaría dos turbinas, una encargada de proporcionar el par de movimiento y la otra utilizada como generador eléctrico. Dos convertidores de par se encargarían de gestionar esta energía mientras el vapor volvía a su estado líquido tras pasar por un sistema enfriador.
La autonomía era uno de los puntos fuertes y más cambiantes con respecto a un coche coetáneo, pues se estimaban unos 8.000 kilómetros de rango –según el tamaño del núcleo– antes de tener que parar a intercambiarlo en las futuristas estaciones de servicio, preparadas para acometer con cotidianeidad tan ‘simple’ tarea.
El diseño del modelo era un tanto extraño en sus formas, con un habitáculo adelantado para priorizar la mayor distancia posible entre reactor y pasajeros. El parabrisas de gran tamaño aglomeraba en una sola pieza las ventanillas laterales, mientras que la trasera no era una luneta como tal, sino una pieza de material compuesto para mayor asilamiento. Los diseños finales presentaban dos aletas en la zaga para dar al vehículo una sensación todavía más aeronáutica.
En una época actual en la que vivimos un continuo cambio en el paradigma de la movilidad hacia un transporte sostenible, es curioso observar como hace más de 60 años se pensaba en esto mismo, pero a través del uso de un ‘combustible’ completamente distinto.
Fuente y fotos: www.soymotor.com