Vivió en la calle, Madonna le ofreció USD 20 millones por un hijo, brilló junto a Michael Jordan y hoy está casi en bancarrota.
Es una noche de 1993 y la policía de Detroit encuentra un auto en la soledad del estacionamiento de un hotel de la ciudad. Cuando abren la puerta se topan con la estrella de los Pistons. Morocho, con su metro noventa y seis tatuado de punta a punta, y piercings en los orificios de sus fosas nasales: Dennis Rodman duerme abrazado a un arma. «Escribí una nota y me fui al coche que estaba aparcado en el parking del Palace. Tenía una pistola y la puse en mi mano. Por alguna razón, antes de apretar el gatillo o hacer cualquier cosa, puse música. En la radio sonaban ‘Even Flow’ y ‘Black’ de Pearl Jam. Tenía el arma a mi lado, a punto de darme un tiro, pero empecé a relajarme con la música y me quedé dormido. El próximo recuerdo es que desperté rodeado de policías. Entonces me di cuenta que no me había traicionado la NBA. Creía estar deprimido por eso. Había llegado hasta allí porque sentía una necesidad enorme de ser amado”. Aquella, fue la noche que Pearl Jam salvó la vida de Dennis Rodman.
Nunca mariposa, siempre gusano
Los que siguieron los rastros del Gusano hasta estos, sus años de ostracismo, juran que han sido tiempos duros y apenas le quedan quinientos mil dólares: “Dennis Rodman está en bancarota”. Pensar que hace casi tres décadas rechazó los 20 millones de dólares que le ofreció Madonna a cambio de que tuvieran un hijo juntos. “Me llamaba desde New York y me decía que fuera porque estaba ovulando. Entonces, me mandaba un jet privado adonde yo estuviera….”, contaba el basquetbolista. Pero ya iremos por ahí.
Suena raro asociar una cuenta de quinientos mil dólares a la bancarrota. Eso, para un humano cualquiera. En cambio, para un hombre que llegó a la cima de la NBA junto a Michael Jordan, Scottie Pippen y Phil Jackson, ganador de cinco anillos–sus primeros dos con Detroit Pistons, los últimos con aquellos históricos Bulls– y con una cuenta que hasta no hace tanto tiempo superaba los 24 millones de dólares, supone mirar el abismo desde cerca.
Mucho más, si hace diecinueve años que lucha contra las drogas (su última internación fue en 2017), y si atendemos las declaraciones de su agente después de que Rodman fuera demandado por no pagar ocho mil dólares correspondientes a un hijo extramatrimonial: “Debo admitirlo, Dennis es alcohólico”, fue la excusa que usó el representante del ex ala pivote de Detroit Pistons, San Antonio Spurs, Chicago Bulls, Los Angeles Lakers y Dallas Mavericks.
La locura de un Bad Boy
Vale aclarar que, en su adolescencia, nadie apostaba un dólar por Rodman. Por eso, es bueno mirar hacia atrás para entender la metamorfosis del Gusano.
Todo arranca en la cuna. Dennis fue el mayor de “veintiséis o veintiocho hijos”, una cifra que su padre, Philander JR. Rodman, nunca pudo precisar muy bien. Un árbol genealógico más que frondoso, aunque el ex basquetbolista apenas compartió la infancia con dos de sus hermanas en un condominio desarrollado por el Estado en Oak Cliff, una de las zonas más pobre de Dallas.
Y todo indica que por esas calles empieza la locura del Gusano. A los tres años, su padre ya lo había abandonado y se fue a Filipinas detrás de una mujer. Iba a ser la primera de otras quince que seguirían en fila y le darían esa cantidad de hijos indescifrable. Vale decir, algunas crónicas hablan de 44, aunque el dato más aproximado parece ser el primero.
DR creció con muy baja altura y una autoestima similar a su talla. Medía 1.68 y, paradójicamente, mientras sus hermanas eran las estrellas del básquet juvenil, él comía banco en todos los equipos en los que jugaba. Nadie confiaba en él. Ni siquiera su madre Shirley quien, cuando vio que la cosa no iba como quería, lo echó de su casa: “Me sacó dos bolsas de basura y me cambió la cerradura”, recordaba Dennis, que vagó las calles de Dallas durante dos años: “Hacía todo tipo de trabajos para sobrevivir y dormía en los porches de los vecinos”.
“Siempre pensé que iba a terminar traficando drogas o muerto”, jura Rodman, que fue a trabajar al Forth Worth, el mega aeropuerto de la ciudad texana, aunque él veía un final claro: “Sentía que mi destino era la cárcel”.
¿Dónde se tuerce el destino? Algo parecido a lo que vivió su compañero de equipo, Scottie Pippen: a los 17, el cuerpo de Dennis pegó un estirón de 28 centímetros en doce meses. Entonces, todo cambia en un mundo sólo apto para gigantes. En esos días, lo invitan a un torneo y lo eligen MVP. La noticia llega a Oak Cliff y su madre ve una luz (y billetes) al final del túnel. Decide perdonarlo. “Volví a casa pero a los pocos días los entrenadores de Southern Oklahoma State llamaron a mi puerta y me ofrecieron una beca por tres años. Ni lo pensé. Metí todas mis cosas en bolsas de residuos y le dije a mi madre que no volvería hasta que pudiera vivir por mí mismo”.
Fuente y foto: www.infobae.com