HISTORIAS – La vida de Juan Carlos Delménico

El ex arquero salió campeón con Newell’s, descendió con Rosario Central y repitió la historia con los equipos de La Plata cuando celebró con Estudiantes pero tuvo un mal trago en Gimnasia.

El Yin y Yang también ha aprendido a mezclarse en el fútbol, lejos de su principio filosófico, pero con un gran componente de realidad. Jugar en dos equipos que son clásicos rivales siempre constituyó una situación particular. Protagonizarlo en dos ocasiones, ya es muy especial y si a eso se le suma el hecho de salir campeón con uno e irse al descenso con el otro en ambas oportunidades, es para ir buscando un lugar en el libro de los récords. Y para muestra está la historia de Juan Carlos Delménico, destacado arquero en Argentina e idolatrado en Colombia, que supo en nuestro fútbol ocupar, entre otros, las vallas de los dos clásicos rivales de Rosario y La Plata.

“Llegué a Newell´s a los 9 años para el baby fútbol, de la mano de mi papá que estaba en el club trabajando como delegado y por eso viví este deporte con pasión desde chiquito. Al principio era delantero, porque siempre me gustó tener la pelota en los pies, hasta que fui para el arco. Con apenas 15 años ya me subieron a entrenar con la primera, mientras seguía jugando en mi división. Había grandes jugadores en ese plantel superior, como Mario Zanabria, Alfredo Obberti y Carlos Fenoy, entre otros. En los años posteriores se fue armando el gran equipo que iba a ser campeón en el ‘74, apostando a una forma de juego diferente al resto, priorizando el toque y el buen trato de la pelota. Me había afirmado como titular en el ‘73 y arranqué así la temporada siguiente, hasta que me peleé con el técnico, Juan Carlos Montes, que había sido compañero mío hasta un año antes y me separaron del plantel. No había renovado mi contrato y me quedé actuando por el 20% para quedar libre a fines del ‘75″.

Aquella fue una situación que se dio mucho en la década del ‘80, pero no por aquellos tempranos ‘70. Sin embargo, una oferta iba a cambiar su pensamiento y buena parte de su destino profesional.

“A comienzos de 1975 me llamó el presidente de Newell´s para comentarme que tenía una oferta de Junior de Barranquilla, a lo que le respondí automáticamente que no, que pensaba seguir un año más para tener el pase en mi poder. Mi papá y buena parte de la familia me convencieron que era una buena opción, porque iba a tener la continuidad que necesitaba y acepté irme a Colombia siendo muy joven, porque tenía 19 años y mi esposa 17. Era una gran apuesta, que salió bien, porque en Colombia me mimaron mucho y me hicieron sentir uno más de ellos. Han pasado muchos arqueros por el club y hasta el día de hoy me siguen llamando e invitando. Nunca habían salido campeones y lo logramos en 1977, donde tuve como compañero a Juan Ramón Verón, que en un momento cumplió la doble función de jugador y técnico. Viendo las imágenes de lo del Nápoli de Maradona, me hizo acordar a aquello, porque Junior era un cuadro sin rival en la ciudad y que luchaba en forma permanente contra los poderosos de Cali y de Bogotá. Soy un eterno agradecido a esa ciudad”.

En plena efervescencia por ese logro, donde el mapa colombiano se pintó con los colores blanco y rojo del Junior, Delménico armó las valijas y regresó al país, con un importante desafío por delante.

“El presidente del Junior era una persona muy especial, a quien no le gustaba tener futbolistas sobresalientes en el plantel, porque la figura siente que tiene que ser él, por lo menos esa es mi impresión. Tras la histórica campaña del ‘77 no me renovó el contrato y me volví a Argentina, donde me salió la chance de River, porque el Pato Fillol se iba por varios meses a la concentración con la Selección rumbo al Mundial. Me tocó debutar nada menos que contra Boca en el torneo de verano de Mar del Plata y luego el campeonato local fue bastante particular, porque se cortó ante la disputa de la Copa del Mundo. Atajé en algunos partidos, tanto oficiales como amistosos, hasta que regresaron los compañeros que habían sido campeones del mundo. Ahí el técnico Labruna fue clarito: “Pibe: ¿Usted que va a hacer, se queda o se va? Porque a partir de ahora Fillol va a atajar todos los partidos”. Le contesté que reconocía todas las virtudes del Pato, pero que yo quería tener continuidad. Con Ángel viví una anécdota muy particular. Era un día de partido y estábamos desayunando en la concentración junto a Luis Landaburu, que era el otro arquero y llegó él. Nos miró y empezó: “Ta, te, ti, suerte para mí” y cuando terminó me dijo: “Hoy jugás vos” (risas). De esa manera determinó quién iba a ser el titular”.

La experiencia en River fue breve, donde apenas un puñado de partidos se cuentan en su haber, insertado en un plantel que tenía una constelación de estrellas, pero que la mayoría estaban concentradas con el meta en Argentina ‘78. Al concluir el Metropolitano, rumbearon sus atajadas por primera vez hacia la ciudad de La Plata.

“Fui a Gimnasia porque allí estaba José Varacka, a quien había tenido como técnico en Colombia. El titular era Quique Vidallé y buscaban una alternativa de arquero. Fue un año raro, pero enseguida me di cuenta que las cosas no iban a marchar bien, porque siempre digo que cuando la hinchada se mete dentro de la institución, nada bueno puede suceder. Por ejemplo, teníamos obligación de comer asado con ellos, algo que nunca había vivido. Fue una experiencia que me ayudó a valorar y diferencia las cosas buenas de las turbias. Los resultados no se dieron y terminamos descendiendo. En el ‘80 me vino a busca el presidente de Junior, nos pusimos de acuerdo y regresé. Se rearmó en buena medida el gran equipo que había salido campeón y repetimos la consagración ese mismo año. Nos clasificamos a la Copa Libertadores y allí le atajé un penal a Passarella, que fue una satisfacción desde lado del amor propio, porque sentía que tenía una deuda pendiente conmigo en el paso por River”.

Colombia le había dado mucho y también le abriría la puerta para uno de sus ciclos más exitosos, aunque en el fútbol argentino. Carlos Bilardo había sido técnico del Deportivo Cali y siempre lo había querido llevar. Incluso cuando el Narigón fue entrenador de la selección de ese país y lo convocó, ya que Delménico llevaba un año como nacionalizado. Fueron apenas un par de encuentros como suplente, pero sembraron la semilla de lo que ocurriría en 1982

“A comienzos de ese año en Junior realicé la mejor pretemporada de toda mi vida, pero no llegaba el acuerdo para la renovación del contrato cuando recibí el llamado de Carlos que estaba en Estudiantes. Acordamos enseguida y viajé. Llegué un viernes, con el campeonato ya empezado y me preguntó como estaba, a lo que respondí que impecable. “Listo, sos titular el domingo”, contestó rápido y a su manera. El equipo había comenzado empatando 0-0 con Talleres de local y perdido con Gimnasia de Mendoza como visitante. En mi debut le ganamos 2-0 a Huracán y no salí más. Era un lujo formar parte de ese cuadro que estaba fuerte y donde me inserté sin problemas. De entrada me entendí a la perfección con toda la defensa y sobre todo con Brown, que era quien manejaba los movimientos. El Tata era el líbero, porque Carlos ya jugaba de ese modo y a mitad de ese Nacional también hicimos línea de tres. Un adelantado. Anduvimos muy bien en ese torneo, que se nos escapó al perder la semifinal con Quilmes. Los de afuera nos tenían catalogados como un equipo especulador y era todo lo contrario, porque apostábamos a algo nuevo, como la subida de los marcadores de punta para convertirse en delanteros, que era una innovación. Atacábamos con mucha gente y eso descolocaba a los contrarios”.

“En el torneo siguiente fuimos candidatos desde el arranque y en la recta final fue una pelea mano a mano con Independiente. Tengo muy presente un partido que fue clave, porque le ganamos a Sarmiento, que peleaba el descenso, en Junín por 1-0 y atajé un penal cuando faltaba muy poco para terminar. Fue una pequeña luz de ventaja que les sacamos y la mantuvimos hasta el final. Tenía una gran confianza, porque en Estudiantes tuve una gran libertad. Por ejemplo, a mí me gustaba ir cambiando el color de los buzos según el estado de ánimo y allí nadie me imponía nada, como pasaba en otros clubes. Siempre sostuve que el arquero tenía que tener presencia, ser una referencia para sus defensores, darse vuelta y saber que uno está ahí, que era algo que me agradecía el querido Tata Brown. En Estudiantes fue todo maravilloso, incluso cuando algo no me salió bien: enfrentamos a Independiente en su cancha y Bilardo nos dio una charla técnica cortita, donde remarcó que si no cometíamos errores, ganábamos. Salí lejos del arco para tratar de rechazarla lejos y sacarla de estadio, algo que no hacía nunca. Me pasó por debajo y Morete me hizo el gol. Por suerte luego empató Gottardi. Cuando llegué el vestuario Carlos solo me dijo: “No hiciste lo que vos sabés”, que era pararla y jugarla. Fue un aprendizaje”.

Pocos personajes en el mundo del fútbol han sido proveedores de tantas anécdotas como Carlos Bilardo. Con los años de relación con Juan Carlos Delménico, esto no podía faltar: “Se venía el Mundial de España ‘82 y había llegado al club un muchacho que vendía televisores, video caseteras y cámaras filmadoras, entre otras cosas importadas de mucho valor a bajo costo. Varios compañeros del plantel le compraron. Un día estábamos con el profesor Echevarría charlando en la puerta del vestuario y este hombre nos ofrecía sus productos, cuando pasó el Narigón y sin detenerse nos dijo por la bajo: “No sean boludos” (risas). Lo gracioso es que ni siquiera sabía de qué hablábamos. A la otra semana los había acostado a todos, porque le habían dado una seña y al tipo no lo encontraron jamás. Por suerte yo zafé. Carlos era un genio con su visión de las cosas”.

El 14 de febrero de 1983, Estudiantes gritó campeón en el estadio Córdoba venciendo a Talleres por 2-0. Fue la consagración de Carlos Bilardo, quien pocos días después firmó como técnico de la selección. Delménico había sido un puntal del equipo con asistencia perfecta en los 36 partidos, sin embargo, no se le renovó el préstamo, en una situación que, casi 40 años más tarde, el protagonista no le encuentra explicación: “Nunca me dijeron el porqué, aunque yo tengo la leve impresión que hubo una mano negra, no de los entrenadores, porque Bilardo me quería y Eduardo Manera, su sucesor, también. Se dijo que el pase era muy caro, pero no fue eso. Yo tenía casa en La Plata porque pensaba estar mucho tiempo allí. Los últimos seis meses los jugué con los meniscos rotos y por eso me peleé con Bertero, que era el arquero suplente, porque en la recta final yo casi no entrenaba pero era titular. Un día me agarró y me apuró feo por esa situación a lo que le dije que hablara con el técnico que era el que me ponía y no conmigo. Era una limitación que no me impedía jugar los domingos”.

Con el contrapeso de la alegría por el título y la desilusión de no seguir en el club, llegó la postergada operación de meniscos y una recuperación de 45 días. Allí llegó una nueva mudanza, ahora hacia Córdoba: “No tenía club, me llamó la gente de Instituto y enseguida nos pusimos de acuerdo. Mi esposa fue una leona, porque mudamos todo para allá, colegio de los chicos inclusive, por supuesto. Fue una linda experiencia hasta que al año siguiente llegó el momento de volver a mi ciudad. El presidente de Central me convenció de terminar mi carrera allí y era algo que me entusiasmaba, poder estar de nuevo en mi ciudad y mostrarme, porque me había ido muy joven. En el Nacional anduvimos bien, llegando hasta octavos de final, pero después fue todo nefasto, porque la barra se metió en el club a apretarnos, como el día que al Negro Scalise le pusieron un revolver en la cabeza. Era imposible andar bien en ese clima y, pese a tener un buen plantel, esa atmósfera, sumada a los malos resultados y los cambios de técnicos, desembocó en el descenso”.

El golpe fue duro y quizás por ello Juan Carlos comenzó a vincularse más con los negocios, empezando una vida fuera del fútbol. Sin embargo, regaló sus últimas atajadas a los hinchas de Douglas Haig de Pergamino en el primer Nacional B de la historia, allá por la temporada 1986/87. Y fue el final. A partir de allí, más allá del curso de entrenador que no terminó, su vida se alejó de los campos de juego para dedicarse de lleno al mundo empresarial: “Desde hace casi 40 años me aboqué al comercio, donde tengo tres negocios: “Neumáticos Delménico”. Allí represento a las firmas más importantes del rubro. Estoy muy contento y disfruto de lo que hago”.

En el final de la charla surgió la inquietud de un viaje muy particular que le permitió el fútbol: “A comienzos de 1984 Bilardo me convocó a la selección y fuimos a Calcuta, donde tuvimos la ocasión de conocer a la Madre Teresa. La delegación llevó muchos alimentos no perecederos y había sobrado bastante, por lo que Carlos le dijo a Grondona de donárselos a ella y su institución. Fue algo grandioso y emocionante”.

Recorrió buena parte del planeta con sus atajadas. Un personaje al que el fútbol le permitió transitar varios caminos, incluso ese reservado para pocos: Campeón con Newell´s y Estudiantes y descenso con Central y Gimnasia. Una curiosidad que se da muy pocas veces, como la de encontrar un hombre frontal y agradecido como Juan Carlos Delménico.

Fuente: www.infobae.com

Fotos: web

 

 

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