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Por su contextura física y su capacidad goleadora, Perico Ojeda aseguraba que podía rendir como el ídolo de Boca y Estudiantes. Sin embargo, el fútbol le jugó una mala pasada en la Academia y trasladó su sueño al Numancia, donde se destacó ante las potencias de España.

La prensa no lo interpretó como él deseaba. Aquella frase que deslizó ante los medios cuando se confirmó su llegada a Racing llenó de expectativas al hincha, y la presión se instaló sobre sus espaldas. “Soy mejor o igual que Palermo”, había sido el título de un diario deportivo cuando Perico Ojeda dio sus primeras declaraciones frente a los periodistas que desconocían sus antecedentes en el fútbol del interior.

Su altura de 1,96 reflejaba un impactante porte físico que iba acompañado de su capacidad goleadora. Y su arribo a la entidad de Avellaneda prometía festejos en la terminación de las jugadas que podían gestar Diego Latorre, Matute Morales, Pablo Bezombe o el Chanchi Estévez. “Dije que podía ser mejor que Palermo porque venía con una racha linda de Instituto, pero éramos muy distintos. Martín jugaba mucho de espaldas al arco y yo iba más por afuera. Trataba de ir por todo el frente de ataque, dependiendo de las marcas que tenía en un lateral o el otro. Nunca jugué como centrodelantero. Lo mío era más la velocidad, el tranco largo y la vía aérea. Teníamos características distintas”, dijo desde Mendoza a casi 22 años de su paso por la Academia.

Su incorporación en la entidad de Avellaneda se dio después de una prueba que le había conseguido su representante en la pretemporada que desarrollaba el equipo de Ángel Cappa en el predio que tenía Daniel Lalín en Ezeiza. Para esas alturas, Perico Ojeda ya había abandonado el puesto de arquero que lo vinculó al fútbol durante su infancia.

Las soleadas tardes en San Lorenzo de San Luis formaban parte de un pasado lejano, en el que se ponía los guantes para poder tener un lugar entre los once. “Era normalito y grandote; pero como quería jugar me mandaban al arco”, reveló el puntano, quien pasó al ataque cuando el entrenador consiguió un arquero mejor.

Un partido contra el Chorrillo cambió su vida para siempre. Por esas cuestiones sin resolver que regala el destino, el delantero marcó dos goles en ese encuentro y se transformó en el máximo artillero de la competición local. “Con 18 años tenía toda la leche. Corría para todos lados con una fuerza terrible”, recordó el ex atacante con una tonada tan particular que combina sus días en San Luis con su pasado en Córdoba y su presente en Mendoza.

Para esas alturas, Pedro Rafael Ojeda ya había dejado el colegio en séptimo grado para comenzar a trabajar en un frigorífico junto a su padre. Su humildad y sacrificio contribuyeron para continuar con los entrenamientos hasta que se sumó a Huracán de San Luis, donde expuso una de sus mejores versiones.

Como Perico marcó la diferencia en el Regional, su primer contrato como profesional lo firmó en Gimnasia de Mendoza, donde hizo una escala antes de sumarse a Godoy Cruz para jugar el Nacional B. Un breve paso por Coquimbo de Chile y una brillante temporada en Instituto completaron su preparación antes de desparramar al Gato Sessa en el examen que rindió cuando probó suerte en la Academia. “Cuando Lalín vio ese gol pidió que me quedara”, reveló. Sin embargo, el enorme delantero no era del paladar de Cappa y sus presentaciones debieron esperar hasta la llegada de Gustavo Costas, quien le dio continuidad.

Lo llamativo fue que durante todo el año que vistió la camiseta de Racing, Perico vivió en un hotel en el centro porteño como si fuera un huésped más. Como no tenía vehículo propio, todas las mañanas esperaba el aventón del Coco Reinoso para ir a las prácticas. “Estaba en el mismo lugar en el que concentrábamos antes de los partidos, pero también tenía mis libertades. Salía bastante y me iba mucho a José C Paz para visitar a familiares que vivían ahí”, aseguró.

Fue una etapa dura de la Academia. Después de la campaña del Apertura de 1998 en la que el equipo quedó tercero, la institución atravesó su peor crisis económica de la historia. “Mi sueño de chico era jugar en un equipo de Primera en Buenos Aires. Si bien soy hincha de Boca; no soy fanático y disfruté mucho de mis días en Racing. Ahí me di cuenta de que tiene la mejor hinchada de la Argentina. Con todo lo que pasó el club y lo que me tocó vivir, entendí que es así. Los tipos se esposaban para que no le cerraran la cancha, estaba (Liliana) Ripoll como interventora y teníamos que ir a La Plata a cobrar el sueldo”, explicó el ex delantero, sin olvidar la noche que volvió al hotel para descansar y se encontró con la sorpresa de tener el acceso prohibido por las deudas que había cosechado la entidad de Avellaneda: “Igualmente no tengo nada para decirle a Lalín, porque siempre se portó muy bien conmigo. Esa vez lo llamé de inmediato y me lo solucionó enseguida”.

Fuente: www.infobae.com

Foto: Fotobaires

 

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