0 15 mins 5 años

El ex defensor ostenta hasta hoy un record difícil de igualar: es el único futbolista que jugó en Boca, River, Independiente y Racing. En la Selección fue testigo privilegiado del debut de Maradona.

Su historia con el fútbol había comenzado cuando amanecía la década del ’70 con una banda roja cruzándole el pecho: «Mi sueño con 18 años era jugar en la Primera de River y se me dio muy rápido. Estaba en la sexta, me pasaron como suplente de tercera y de inmediato pasé a entrenar con los mayores. De un momento a otro me avisaron a casa que tenía que ir a concentrar. Mi abuela se asustó y me dijo ¿Por qué te van a acuartelar? (risas). No entendía nada y se confundió con lo que hacen en el ejército. Compartí la habitación con dos tipos de gran personalidad como el Zurdo López y Laraigneé. Debuté nada menos que contra Boca en La Bombonera, marcando a Jorge Coch. Empatamos 0-0 y fue el inicio de mi carrera. El técnico que me puso fue Didí, un verdadero maestro, que hizo una revolución en el club, porque River siempre compraba muchos jugadores, pero él se la jugó por nosotros, los pibes de las inferiores. En esa camada también estaban J. J. López, Merlo y Alonso, quienes terminaron siendo la base del cuadro que acabo con el maleficio de los 18 años sin títulos».

El japonés pasó por aquellas temporadas donde había buenos equipos en Núñez, pero no se podían coronar con un título. La historia cambió en 1975 con la llegada de Ángel Labruna a la dirección técnica, sin embargo, un intercambio con él, significó su ida del club: «En la pretemporada me di cuenta que no me iba a tener en cuenta, sobre todo cuando me dijo que me faltaba foguearme. Me sonó a excusa, porque ya tenía cinco años en primera. Le respondí que yo estaba acostumbrado a jugar, así que si no estaba en sus planes, prefería irme. Cometí el error de enojarme y el que se enoja, pierde. Dos días después, vino un dirigente a decirme que me quería All Boys, porque Marzolini había asumido como DT. Para mí era un sueño, porque Silvio, junto al Chivo Pavoni, eran los referentes en mi puesto. Viví dos años y medio muy buenos en el club de Floresta y por mis actuaciones, llegué a la Selección».

Las ganas de un club de barrio como el de Floresta, encajaron a la perfección con el estilo del Japonés: «Peleamos varias veces el descenso y siempre nos quedamos. Hice el gol de la salvación contra Argentinos en cancha de Ferro en la fecha final del Metro 76. Los últimos meses de ese año los jugué de número 10 y con la camiseta número 10 (risas). Al terminar la temporada, me llamó Menotti a la AFA: ‘Hace rato que lo tendría que haber convocado, pero si lo hacía jugando usted de volante ofensivo, lo mataban. Lo iban a comparar con Villa, Bochini, Alonso, Kempes y Valencia. Ahora que está otra vez de lateral, listo’. Hicimos la pretemporada en el verano del ’77 en Mar del Plata y el primer partido del año fui al banco. Fue contra Hungría en cancha de Boca y quedó en el recuerdo porque fue el debut de Maradona. En la concentración ni le conocíamos la voz, pero en los entrenamientos era una cosa de otro planeta. Con 16 años la pedía siempre, no le importaba si estaba marcado o no. Un fenómeno que jugó ese partido con una gran naturalidad».

Además de haber compartido aquel instante fundacional, Osvaldo tiene presente algo que siempre le recordó Diego, cada vez que se encontraron: «Jugando un clásico All Boys–Argentinos le tiré un caño en Floresta. Todos me decían que había sido un insolente» (risas). El destino tenía marcado, cuatro años y medio después, otro encuentro de ambos en la Bombonera, pero en circunstancias muy distintas: «Nos enfrentamos en el Boca 1–Racing 1 donde Maradona salió campeón convirtiendo un gol de penal. Hicimos un gran partido y los tuvimos muy apretados, tanto que Roldán pegó un tiro en el palo que nos pudo dar el triunfo».

En Independiente, Osvaldo Pérez salió campeón del Nacional ’77 y ’78. El primero de los títulos fue especial: la mayor hazaña del fútbol argentino que logró el Rojo en el memorable partido contra Talleres.

Tras sufrir tres expulsiones (Enzo Trossero, Omar Larrosa y Rubén Galván) los ocho que quedaron en cancha sintieron que podían entrar en la leyenda. Uno de ellos fue Osvaldo Pérez, quien recordó:

«Las vivencias de aquella noche quedarán grabadas para siempre. Habíamos empatado 1-1 en Avellaneda y llegamos a Córdoba la noche anterior al partido. En el aeropuerto no había nadie, pero al día siguiente en el hotel era una locura de gente buscando conseguir alguna entrada. Los dirigentes nos habían dados dos a cada uno y como no habían viajado ni amigos ni familiares, las mías se las di a un hombre que estuvo horas en la puerta con su hijo en brazos. Cuando las tuvo en la mano me abrazó con lágrimas en los ojos. Por suerte, le hice un lindo regalo y vivió una noche inolvidable».

«Nosotros estábamos bien, pero sabíamos que enfrente había un gran equipo. El traslado fue complicado hasta la cancha de Tallares, a paso de hombre. A los pocos minutos de estar en el vestuario, el Pato Pastoriza, con su viveza característica, nos dijo que saliéramos al campo de juego a ver el pasto para saber que botines usar… No te podés imaginar lo que nos gritaron y tiraron (risas) desde las tribunas. El estadio estaba repleto desde varias horas antes. Desde el comienzo nos dimos cuenta del arbitraje en contra de Roberto Barreiro, al punto que en un momento le decíamos: ‘Porque no venís vos a cabecear los centros en nuestra área’. Cuando faltaban 15 minutos y perdíamos 2-1 (el segundo de ellos había sido con la mano), expulsó en la misma jugada a Trossero y Galván. Larrosa le fue a protestar y enseguida le dijo: «Usted también se quiere ir, váyase. Y le mostró la roja». Ahí se desató la locura. Me le puse al lado: «Vos sos un delincuente. Te tiene que llevar la policía» (risas).

Era el momento de jugarse entero. Y llegó la frase de Pastoriza que los movilizó y extirpó la idea de algunos de irse de la cancha: ‘Vayan. Sean hombres. Jueguen y ganen’. El japonés lo revive a más de 40 años. «El Pato mandó a la cancha dos hombres de ataque: Mariano Biondi y Daniel Bertoni, que estaba convaleciente de una lesión, pero era Bertoni. Tres de los cuatro defensores quedamos en nuestros lugares y Outes, el centro delantero, pasó a jugar de seis. Bochini con Biondi en el medio y Daniel solo arriba. El gol maravilloso del Bocha fue a nuestro estilo, porque salimos jugando desde atrás. En el momento nos abrazamos como locos, pero no teníamos conciencia de la hazaña. Quiero resaltar a la gente de Talleres, que nos aplaudió en la vuelta olímpica. El festejo fue increíble. Con otros muchachos, después de la cena, nos fuimos al festival de Cosquín a escuchar un poco de folclore. Algo que suena insólito en estos tiempos».

Pasar de Independiente a Racing sin escalas, algo bastante más usual allá por 1981 que en estos tiempos de tanta locura e irracionalidad. La Academia era su tercera escala en clubes grandes. «Fui porque estaba el Pato como entrenador. Formamos un muy buen equipo: Vivalda; Olarticoecha, Van Tuyne, Leroyer y yo; Barbas, Berta y Carrasco; Calderón, Roldán y Villarruel. El uruguayo Carrasco tenía un talento enorme y una fuerte personalidad. Una noche en Rosario, tras perder con Central, los hinchas de Racing rodearon el micro para putearlo. Él ni dudó: se sacó el reloj, se bajó y puso knock out a un par de la barra. Era el encargado de los tiros libres, porque le pegaba como los dioses. Una noche en Avellaneda contra Huracán, le saqué uno. Me salió un buen tiro que Vidallé mandó al corner. Me miró con odio y parado como estaba le dijo a Pastoriza: «Sacalo Pato. Sacalo ahora al japonés» (risas). Era bravo, pero era un crack».

Tras una frustrada transferencia a España («En Racing no me pagaban y tampoco me quisieron dar el pase libre»), a mediados del 1982 pasó a Platense, donde nuevamente le tocó pelear el descenso y mantener la sana costumbre de la salvación. Y a comienzos de 1983 llegó el llamado de Carmelo Faraone, por entonces entrenador de Boca, a quien el japonés había tenido en All Boys. Entonces firmó para los xeneizes, completando el póker que solo él puede ostentar. Pero que quizás no se hubiese dado, por algo que sucedió en el verano del 81.

«Marzolini había asumido como técnico en Boca. Me llamó y me dijo: «Te quiero traer, pero no hay plata. No hay una moneda. La poca que hay la están juntando es para traerlo al pibe (por Maradona), que a los pocos días firmó. Si se hacía, quizás nunca pasaba por Racing. Lo que no se dio allí, se produjo dos años más tarde, porque estaba la posibilidad que Córdoba (el lateral izquierdo titular) se vaya a Vélez y Carmelo me quería para ese puesto. Pero Cacho se quedó y no tuve continuidad. Jugué algunos partidos de volante, otro de marcador central y listo. Fueron solo seis meses, compartiendo plantel con grandes jugadores como Gatti, Ruggeri y Gareca».

«Es un honor que me sigan reconociendo por ser el único que vistió las cuatro camisetas. Un premio a una carrera. Cuando me llegó la oferta de Boca, estaba por irme al exterior que me convenía en lo económico, pero no lo dudé: era lo que me faltaba para completar. Es muy difícil que alguien pueda alcanzar esa marca. Hubo varios que quedaron en la puerta, que les faltó uno, como Gareca y Rambert (Racing), Albornoz (Boca), Pogany y Carranza (River)».

Si bien se desempeñaba con igual eficacia en ambos laterales, su lugar era a la izquierda, en tiempos de grandes números 7: «Me tocó una era de excelentes punteros derechos para marcar como Pedro González, Mastrángelo, Alzamendi, Coch, Bóveda, Ángel Marcos, Pepe Castro y Mané Ponce, el que más me complicaba. Tenía habilidad y velocidad. Era tremendo».

Otro galardón que ostenta el japonés es el hecho de haber sido compañero de Alonso, Bochini y Maradona: «Eran distintos los tres. Beto tenía una visión de cancha y futbolística espectacular. No tenía problemas de perfil, cabeceaba muy bien y con una pegada envidiable. El bocha hacía todo a su ritmo. Caminaba, trotaba. Nunca lo vi hace un pique largo. Pero de acá (lleva su dedo índice a la sien) estaba adelantado un par de segundos a todos. Sus pases entrelíneas para los delanteros eran un deleite. Antes de los partidos, a veces, había que zamarrearlo un poco desde lo anímico. Estaba cabizbajo, callado. Hasta que le preguntábamos: ¿En qué porcentaje estás? Y… un 70% respondía. Listoooo (risas). Ese día ganábamos seguro. Un 70% de él, nos sobraba. Y de Diego que te puedo decir… Tenía todas las condiciones de los otros dos, más una inmensa velocidad. Maravilloso».

Se siente un agradecido a la profesión. Es posible que la única asignatura pendiente haya sido la continuidad en la Selección, cuando estuvo cerca de jugar el Mundial ’78: «Estaba en un nivel excelente, justo veníamos de ganar el título en Córdoba. En la Selección había cuatro compañeros del club (Bertoni, Galván, Larrosa y Pagnanini), que me decían: El Flaco te va llamar, no tengas dudas. Vamos a ser cinco los de Independiente. Pero no se dio. El grupo ya estaba armado y fueron campeones del mundo».

El fútbol se nutre de muchas cosas. Una de ellas es el reconocimiento, que no se compra ni lo puede mejorar un representante. Se gana en cada actitud. Como las del Japonés Pérez, en su amabilidad y bonhomía hasta el saludo de despedida. Retribuido con admiración, porque no todos los días se estrecha la mano del único jugador que tuvo en su pecho esas cuatro camisetas tan imponentes.

Fuente y foto: www.infobae.com

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *