“alta y a la punta”, un cuento de vóley.

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Rodolfo Oliveto escribió un cuento que describe en detalle, las sensaciones, sentimientos y emociones en torno a una final de Liga Nacional. SLDES ya subió una narración que los amantes del básquet agradecieron por la riqueza de matices reflejadas. Ahora es el turno del vóley. Que lo disfruten.

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Sonríe Casildo Villagra, acostado en el banco de madera repintado tantas veces de discutible verde inglés. Se quiere convencer de que, lo de hoy, no es para tanto. Mira el techo que fue blanco y hoy tiene un arte ocre en los ángulos. El protagonismo del moho, la dejadez, la posibilidad de imaginar escenas en ese techo que cobijó a tantas glorias del vóley… Ese olor a aserrín y kerosene…cuántos recuerdos de tantos pisos caminados en gimnasios de todo el país. Surgen, colándose con prepotencia en ese film, las figuras de Sampietro, Acuña y el inefable Gancho…

Él, Casildo, “Chaco”, o “Zurdo”, o simple y orgullosamente “Machagai”, decidió venirse temprano hoy al Etchart. “Bien antes, pa´dentrarle al partido”, se dijo por la mañana mientras desayunaba. Dentro de un rato llegarán sus compañeros a la catedral del vóley . Él entra y sale de allí como de lo que nunca tuvo: su casa.

Es el último partido de la Final de la Liga Nacional de Vóley Argentino, su equipo, Megastore-Caballito empata en 2 partidos con el tricampeón TecnoLog-Iberá.

“Plop, plop, plap. Plop, plop, plap…” Va imitando el sonido de cada gota que cae de las duchas, alimentadas aún sin quererlo, por conductos olvidados hace tiempo. Canillas sin esos cueritos fundamentales que necesitan ciertas cosas para funcionar. Se reía de esos sonidos que a él no le molestaban, lo ponían en sintonía. Sabe que es una calma chicha, que se va a esfumar cuando empiecen los gritos. Un sinfín de palabras vienen a su mente ya, fiel reflejo de la correcta (y muchas veces ambigua) educación del mundo vóley y su “ferpley”. “Llegar a la final ya es el premio”, recita el utilero Dante, y no le cree nadie. Atronadores lugares comunes de ese tenor se escucharon esta última semana por el club.

Cuando le contaron que el famoso entrenador de básquet Pat Riley dijo alguna vez que, en la contienda se trata de “vencer o miseria”, se supo comprendido. Sí, eso siente, por más que se le expliquen otros sentidos del competir. En ese gimnasio ululante , en un rato va a ser protagonista, le guste o no, de otra aplastante muestra de lógica capitalista. Y eso siempre le gustó, aunque nunca en sus doce años de Liga salió campeón. Necesitará calma y estar muy metido en su túnel. No le queda otra, ya la embarró otras veces. Por eso se prepara Casildo, colocándose los auriculares y abriendo a su percepción los sonidos del Langsam de Mahler, en su sinfonía 3. Se la dio a conocer el profe Liconna hace años, con la recomendación de que no se impaciente y la escuche entera, “dejá que su poder entre en vos, vas a ver…” Esa joya musical es su energizante garantizado desde entonces. “Eso, tranqui, voy entrando en la mía”, murmura el indudable as de espadas de Caballito.

Sabe que, por él, muchos harán cuernitos esta noche, otros cerrarán los ojos en falsos ataques de conversión religiosa, otros lo insultarán a sus espaldas sin saber de qué madera estaba hecha su viejita, allá en Machagai. No duda que, al tomar la pelota e ir al saque o cuando llegue alta y a la punta, él será amo y señor del asunto, sin discursos, hipótesis ni mandatos. El bloqueo, la bola y él. Más sencillo que infinidad de oficios. Más inalcanzable de lo que la mayoría imagina.

Fiero el Casildo. Pero acostumbrado a eso, fue armando su modo de ser diferente. Bien puesto en sus dos metros con tres centímetros, sus redondeados deltoides, carpinchudo pelo negro, manos contundentes, piernas fibrosas e interminables. Pero, sobre todo, sus boscosas cejas y esa mirada torva, inconformista y codiciosa lo hacían notable. Callado, de humor cambiante, muy machista y de escucha limitada cuando algo no le va. De luces básicas arriba, pero suficientes para subsistir donde haga falta. Con todo el oficio que amasó en tantos equipos, con aciertos y yerros, él ya aprendió a flotar aunque aún le importe demasiado la mirada de los otros. Relajado en el banco de madera, rebobina y repite su letanía mientras en el techo ve la escena: “giro la bocha entre mis manos, lanzo muuuuuy arriba, ataco adelante, Bum”. O“lanzo corto y Taf”, cuando elige su saque corto a 2 que hace delirar a quien quiera verlo. No le gusta picar la pelota antes del saque, dice que en distintas canchas es diferente y que, en su ritual, no quiere “alteraciones”.

Son treinta y dos años los de Casildo y muchos podrían sorprenderse al saber que, más allá de su aspecto intimidante, hay un nene gigante que solo vuelca su plus agresivo en la pelota. Respira hondo en el vestuario, ya los violines propuestos por Mahler marcan otra temperatura y se le vienen los olores y recuerdos del pago. Esas frases que salen en cascada:“dejeló que haga deporte, doña Nidia, que pa’ eso va a servir”, “¿por qué pensás tanto? ¡vos pegale duro, gurí!, no le ves la cara a los del otro lado?” , “esta va pa’vos, ojitos verdes culito paráu”, mientras se sabía observado por la más linda de su pueblo y se la levantan bien alta y a la punta. Y difícil que no fuese punto. Como difícil era que esa morocha en la tribuna no se ponga colorada mientras muestra su mejor sonrisa. Es que allá era “el Casildo”. En Buenos Aires, ya no.

Su vivienda, muy humilde, contenía a sus cinco hermanos, a mamá Nidia, ilusiones cansinas en las siestas y a dos chocos con el comprobado pedigree de las calles polvorientas de las afueras de Machagai. Supo de los esfuerzos tempranos de convivir y producir en un grupo, al ayudar desde muy pequeño a ganar el peso para la casa. Derechos humanos que ni de lejos vieron sus ancestros tobas ni él. Tampoco vio a alguien entrar por la puerta de la tapera a quien decirle papá. Así se dieron sus cartas.

Pero no era tan pobre: era alto. Muy alto. Saltarín y con unas manazas que venían, según su madre, de tres generaciones de hacheros. Y eso le abrió puertas. Pero, se sabe, cuando se abren las puertas puede uno pasar, pero hay que tener qué ofrecer del otro lado. Eso tuvo que armarlo, desde muy chico. Armar algo parecido a la idea de “ganador”. Rogando a que llegue ese día después de “la” victoria para entonces, sí, “ser alguien”.

¿Cómo estará el Aldo, su primer maestro de vóley? Ese que le enseñó a pegarle duro, a mirar a los ojos a los rivales y que le hizo creer que podía volar:“¡Mirá vos, cuando juegues en un partido con seis jueces! ¿te vas a acordar de nosotros?” Rememora su escuela primaria y a Víctor, “el “yugolavo”. Siempre cargándolo con “¡el vóley, quévaserdeportedemachos, jajá!!” y meta con“¿no ves que no tienen huevos, que no tienen aguante como en el fúbol?”. Enseguida, sonriente, recuerda como cambió de punto de vista el Yugo cuando aquella mañana se puso a defender en joda por 6 en la cancha de tierra de la escuela. Y entre sarcasmos, no entendió que el que pegaba duro, por 4, era Casildo. Y fue nomás… Un rato después, silencio respetuoso, seguía el defensor en el piso con su nariz sangrante y alguien dijo bajito, “pa´mi que ser macho é otra cosa, no?”. El Víctor entendió.

Empezó a acostumbrarse Casildo a decir “vos tiramelá alta y a la punta”. Y en esa frase, sin saberlo, se compendiaba el alfa y omega de su vida. Así vivió hasta hoy. Dándole a tope, bancándose las consecuencias, los comentarios indignados de los moderados que no entendían su vértigo y, de vez en cuando, destapando algún champán. Porque, aún con tantas giras con la Selección desde muy joven, no quisieron enseñarle mucho más. ¿O no quiso aprender él? En ronda de café se le escuchaba decir a su entrenador de la Federación, Pedro Póvero: “si con lo que sabe, gana y le alcanza, no compliquemos las cosas…” Giras, partidos, amigos que nunca fueron, otros pocos que siguen estando. Concluír la secundaria como deuda pendiente, lo cual nunca perdonó Carla, su noviecita de entonces, que siempre lo tildó de “quedado”. Pero él no pensaba en el mañana. Era el eterno presente, con lo que había. Era el entrenar durísimo, los calambres, las mismas caras y todo recompensado por el placer de estar en el aire antes del impacto. Ser alguien. Para el público, los jueces, su familia, el técnico, alguna “ella” en la tribuna. Saltar. En un vuelo que quisiera suspender por siglos, así, bien para la foto. ¿Qué va a pasar? ¿Quién se anima a pedirla cuando las papas queman? ¿Adónde quedan las palabras y las tácticas? Y luego el estruendo. Es que él “es” opuesto. Y zurdo. “¿Opuesto a qué?”, le dijo aquella vez Santagada, la profe de Química. “Opuesto a hacer lo que hace alguien normal, Villagra?¿A estudiar, a hacerse un futuro?” A todo el curso le pareció exageradísimo lo de la profe. A Casildo, no. Se acostumbró al lugar del “distinto”.

En su incómodo lecho en el vestuario, él solo piensa en la pelota a impactar en el momento justo. Lo que quiere es escuchar su estallido en el suelo. Más allá del público, las palmaditas y los contratos. Ese sonido es todo para él. Es su manera de saberse opuesto, infinitamente criticado por su falta de sutileza y su pensamiento binario de todo o nada al jugar (¿y vivir?) Recuerda a Lali, su hermana, cuando aquella vez después de la segunda final de Liga perdida, y de mucha cerveza encima le dijo: “lúser, eso sos. Porque no tenés ni tu casa, ni un auto y ya vas para los 30. Solo le pegas a la pelotita…” Cuántas veces quiso callarla. No con sus métodos de la adolescencia, sino con “hechos” que la dejen sin argumentos. Pero no se dio. Quizás Lali tenía razón.

Cae el agua en el vestuario, olor a jabones baratos usados hace siglos, se acerca el momento. El verde corroído en las canillas signaba también la altura de su carrera deportiva. Sabe que no habrá para él Italias ni Polonias. Es hoy, y se verá… Llegan sus compañeros al vestuario, algunos muy serios como Soyfeld, otros por demás excitados como Ligabué. Casildo apaga su teléfono, acomoda sus auriculares y, a partir de aquí, la 3º de Mahler lo acompañará durante todo el partido. Un extracto como dosis en diferentes situaciones de juego. En su mente, vitalidad de la mejor. Charlas banales, algún estiramiento, mucho aceite verde y carradas de átomo. El entrenador Dostéfano que va y viene y escanea a cada uno, quiere saber cómo llegó la tropa hoy. Algún grito, bien de cuello:“vamovamo hoy, eh!!” Nunca entendió del todo Casildo ese “eh!” final. ¿Lo están apurando? ¿Le recuerda, por las dudas, que hoy hay que ganar como si no lo tuviese claro? Piensa “¿Qué pasa si no “vamovamoeh!?, ¡si al final los únicos que le pegan cuando todos se borran son solo dos en el equipo, taqueloparió!” Más allá de eso, Machagai está en la suya. Sabe qué esperan de él y sabe que necesita su oportunidad. Charla técnica. Detalles de lo que se supone será el partido. Él escucha atento, todo es repaso a sus 32 años. Casi podría dar las instrucciones él. Pero no es tan creíble, ni tan ordenado, ni tiene el speech preciso para pretender mover resortes motivacionales de nadie. Él está para pegarle a la bola y ha sido tantas veces criticado, sabe que con razón, cuando pegó aviones por las puntas o descerrajó saques a mitad de la red cuando, con ponerla, alcanzaba. Pero es de “ese tipo de opuestos” que mata y muere con su katana samurái.

Y el técnico confía en él. Como puede confiar un técnico. Ambos saben que no es amor. Saben que es respeto, hambre y ganas de comer, estima y correcta relación. Pero cuando algo no funcione tres veces seguidas, será leyenda en el banco. El que difícilmente vaya al banco es Marziali, el punta “cooordobé”. Fuerte, saltarín y con facha. Falso como pocos y goleador histórico del club. Gritón y canchero, como el mejor porteño. Siempre la pide con decisión y siempre le molestó a Casildo ese festejo de sus puntos señalándose a sí mismo, como ignorando al equipo. Tan creído de que él era el salvador, el poronga cuando había que definir. Machagai lo detesta, si para héroe está él.

Ya todos están en campo, en la entrada en calor. El profe da sus ejercicios, arenga como puede, aunque se lo nota tenso frotando sus cuidadas manos. Dice lo que hay que decir, pero ¿cuánto pone en juego con esta final? ¿Cuánto le durará el sabor amargo si los matan a palos hoy? ¿Qué significa para él la palabra “perder”? Casildo no piensa en qué va a pasar después del partido. Mira la cara de sus compañeros. Lo ve a Ligabué y sabe que no podrán confiar en él: su aspecto de víctima del pavor lo vende a gritos. Como le escuchó decir al psicólogo que tuvo en Formosa hace años: “En el minuto que comenzás a hablar acerca de lo que vas a hacer si llegaras a perder, ya perdiste”. Él, en cambio, repasa sus cuatro pelotas clave. Sus dos saques, su metralla por 1 y su alta a la punta por 2. Le sobra con eso. Recuerda las veces en que, ya en Buenos Aires, charlaba con el profe Ricardi, el técnico detallista que más le enseñó de este juego y que quería darle más técnica. Casildo, en cambio, prefirió hacer más de lo mismo, “porque con esto me alcanza”. Pena. Presentación de los equipos, protocolo, música a plena percusión y que gane el mejor. Otra final con seis jueces, quizás la última para él. “Abrazo Aldo, viste que me acuerdo siempre…”

Amanece el asunto y el equipo de Caballito muestra su garra, pero se observa cómo aún no están todos en la misma sintonía. Con un ace corto del armador Cavenstein, el visitante gana con justicia el primer capítulo por 25-19. De aquí en más, todo fue en ascenso para el local. Marziali bien en los números, atacando a un 62%, pero recibiendo mal. Será por eso que exagera el festejo de sus tantos como nunca. Poderoso segundo set del cordobés, del punta Stevaniuc y de Machagai. Se cierra 25-20 y el público saborea la recuperación. Aceptable la actuación de los puntas promediando el 3º set. Los centrales irregulares, aunque el Flaco Poldi sigue siendo un muro admirable en el bloqueo, mostrando que la experiencia muchas veces puede más que la mera saltabilidad. Más grita el público, más va a todas Dalari, el líbero sensación que no para de superarse mientras se cabrea y contagia a los demás para que dejen todo. Desde el armado, Bosniovich (Bosni), muy prolijo y disciplinado, fue repartiendo bombones por doquier y solo tres pizzas, excelente para una final. Su garra y manejo de los tiempos lo hacen en estos días uno de los más sagaces jugadores de Liga. Y, con un guiño hacia el Chaco, y un pulgar arriba a Marziali, tenía templadas ambas ollas. Final del tercer set, 25 a 22 para Caballito y en el cambio de lado se ve la mirada exultante de Marziali, tan él como siempre. Casildo, en cambio, sigue cabizbajo y atento a que nada lo saque de su foco. Quiere más. Quiere atravesar “la puerta” que lo saque de la gran casa de los segundones de una buena vez. Cuarto set con un Iberá arrollador. Desarticulado ante un 12-17 el técnico Dostéfano decide el cambio de Stevaniuc por un joven jugador de las inferiores del club, Enzo, quien pega tremendos latigazos por 4 pero, obviamente aún está verde. El saliente tira la tablita de cambios al llegar el banco. El agudo sonido que produce hace que, el médico Gabrielov brinque hacia él para “ubicarlo”, hablándole al oído mientras le palmea la testa toscamente. Todos saben que, en este momento, se requiere más que nunca temple y estar todos unidos detrás del objetivo. El partido se pone enmarañado para Caballito. El rival, con sus dos puntas en llamas y su opuesto Fuchs, guardándose hasta los finales de set siguen sumando y ganando confianza. Es increíble la capacidad de su veterano punta Contadini para esperar el descenso de los bloqueos exteriores y usarlos una y otra vez. Anota y mira de reojo a su impotente víctima “como juega el gato maula con el mísero ratón”. Sus acciones recuerdan a todos los presentes que, más allá de todo, esto sigue siendo un juego indescifrable, donde la sutileza es gratamente refrescante. Incertidumbre y pase de cuentas entre los locales . Cuarto set para Iberá por 25-21. Se destaca cómo los saques de Megastore (y el de Machagai en especial) no inquietan a su rival y sus centrales están intratables.

Ver a la gente a estadio pleno antes de un tie break es emocionante. Los espectadores, sin dudas, quieren show y resultados, alientan visceral y egoístamente. Nada que un humano ajeno al deporte pueda comprender y aceptar.

Es el inevitable epílogo de la Final, suspensión de los discursos, decisiones que exponen a cada protagonista. Muy sudado, enfocado y son sed de revancha, Chaco se repite una y otra vez. “Ganar o miseria…Entrar por la puerta grande…Mi Machagai” ,“Valentía, hasta la victoria siempre…” El cuerpo técnico va rumiando sus datos e ideas y se impacienta por aportar lo que está a su alcance, pero los jugadores saben, de verdad, que son quienes, una vez más, cortarán la torta. Cientos de personas con banderas como pocas veces se vio en la Liga. Quieren estar al lado de cada jugador, un amor a término. Creen de verdad que están jugando ese partido. Es una ficción que les permitirá decir al día siguiente “ganamos”, “los matamos, ¿viste?” Contagiosa ebullición en el estadio, como en aquellas épicas finales del básquet y el vóley en los ochentas. Están casi todos. Mamá Nidia, no. Ella sí que le mostró de qué se trataba el amor y estar a su lado desinteresadamente. Pero ya no está. Solo para tener su fuerza consigo, cada vez que Casildo sumó puntos, con su índice apuntando al techo, pensó en ella un segundito. Intenso y de esperable paridad el tie break. Con 11-11 se produce un quiebre en la prolija distribución de Bosniovich. No armó tan fino para Marziali quien fue bloqueado ya dos veces, sumado a que su recepción flaquea y, si bien no para de gritar para que se la pasen, no convence a nadie en el Etchart. El 11-12 a favor de Iberá llega por un toque aparente de red del central local Fottini y se desata un vendaval de insultos a los jueces. El armador de Caballito, capitán del equipo, se acerca a la silla para reclamar a viva voz y hasta apoya su mano en el pie del juez de silla, Eduardo Sancho. Sentía Bosni que debía hacerlo como reiterada puesta en escena del vóley, ritual del reclamo pensando en las jugadas que vendrán más que en ésta. En definitiva, él ya vio cómo Fottini rozó la red. Cabildeos, puja entre los dos capitanes, juez de red que se acerca también a hacer su tibio aporte. Más leña al fuego. Ardor que no roza al dios del instante: el Sr Juez en su silla. Experimentado, sagaz y con una cintura diplomática directamente proporcional a la de su cuerpo, él escucha a todos y sentencia con su mejor sonrisa. “No te enojés Bosni, el toque lo vi yo, no me hace falta acá el juez de abajo, así que…” Sonríe el capitán visitante y se escuchan los consabidos chiflidos desde las tribunas. Incontrastables, apaciguadoras y salomónicas, la mirada y la palabra detrás de esos mostachos del zorro Sancho pusieron otra vez el partido en acción. Otra vez, pese al ímpetu animal de trompearse entre varios jugadores, primó la estructura sublimada del vóley. ¿Quiere usted descargarse? ¡Duro a esa pelota! Una buena usada de bloqueo, o un toque a 6, descargarán la adrenalina y las endorfinas suficientes para darse por vengado. Y después, alguna miradita socarrona, pa´que tengan. Hasta ahí, basta y sobra… Fin de la discusión obligadamente teatralizada de todo partido trascendente. ¿Quién tiene lo que hay que tener ahora para lo que sigue?

Y, sí. Señoras y señores, a partir de aquí, “Deportivo Chaco”. Como tantas veces ocurrió. Los cuatro ataques siguientes fueron para él, siendo tres los puntos obtenidos. Luego, un ace de Iberá los puso match point y Dalari que pide más cancha para lo que se viene. Un magma de sonidos y tensión general imperan en el coliseo verdolaga. La agudeza para anticipar las jugadas y el coraje del líbero local permitieron una y otra vez mantener la esperanza en pie. Machagai ya hizo 30 puntos. ¡Hasta defendió cuatro bolas! Embuído de una concentración envidiable, no hace más que sumar por las puntas, mientras resuenan en su mente los timbales de su música hipnótica, que lo mueven a castigar una y otra vez a la pelota en una danza orgiástica que solo él conoce. Es, sin dudas el jugador más valioso del partido, y coronará “la” performance de su vida. Con un ataque por el centro de Poldi, es 18-18 ya. Momento de saque para la figura de hoy. Silencio de templo. Chaco, narcóticamente estimulado por su Mahler sabe que está fluyendo tanto que no hay chances para distracción alguna.“Ser valiente, jugarselá” , musita. Ritual del opuesto con la pelota y un ace de otro partido. Con 19-18 para el local, pide su último tiempo el técnico visitante, habiendo perdido cinco match-ball a su favor. Otros vientos soplan ahora. Cada individuo de la multitud enardecida parece obligarse a gritar en una cadena viral pocas veces vista. Ya no hay neutrales. Con bastante claridad se ve, ponchados por la tele, a algunos ex jugadores de la “generación del 82” en el palco. Tomando partido por uno u otro equipo allí están, entre exageradas chanzas, risas y alaridos, sin importarles el borroneo de su tradicional estampa aristocrática. Mira Casildo a su técnico, intuye que habla, pero nada escucha. Está en su túnel. Sabe que le darán la pelota. Es el opuesto y hoy está como nunca. Él quiere su punto 32. Dostéfano dibuja en la pizarra, zigzaguea su marcador con flechas que marean, le pide a su armador que decida de acuerdo a cómo le quede la bola. “¿Que decida?” se dice el Chaco. Se precipita hacia Bosni y le dice bajito y con certeza de paranoico: “Alta y a la punta por 1, vos sabés”. El técnico le pide a Casildo que no queme la pelota en el saque. Así fue: presionando su tecla de low-motion, allí va su artero saque a 2. Desesperadamente, resuelve como puede el líbero, le llega sucia al armador y no le da de lleno Benadiva, el experimentado punta. Defiende muy bien Marziali y flota la pelota para Bosni, alta y con poco efecto, como fruta jugosa incitando a ser comida. Allí va, como tromba, el doble bloqueo de Iberá ciega y lógicamente jugado, para frenar el seguro ataque por 1 de la figura de la noche.

Mágica noche para Caballito. El equipo, el cuerpo técnico, utilero, dirigentes y colados abrazados como nunca, después de ganar el punto final. Sensación cósmica de fraternidad, eterna e indisoluble… Algunos llaman a eso felicidad, tocar el cielo con las manos… ¿gloria? Papel picado a la nueva usanza, tan pero tan brillante y cuadradito. Impulsado por cañones que nadie sabe quién alquiló. Premiación, pompa y circunstancias…

Bello, apasionante e impredecible el vóley, cuando lo dejan. Todos recordaremos cómo esa noche, el pichón Enzo entrando por 4, como buen as de bastos, definió una flecha insuperable de Bosni, usando el bloqueo al quedar mano a mano…

Ya en el vestuario, queda último Casildo Villagra. Sus compañeros y el cuerpo técnico, en la calle, prestos para celebrar el logro tan soñado. Él, recostado en el viejo banco del vestuario, no deja de sonreír. Mirando el techo, ve que las nubes que veía cuatro horas atrás son muy diferentes. Es campeón de Liga, jugador más valioso del partido y del certamen. Atravesó “la puerta deseada” y está tan feliz. La puerta a la cual solo él sabe cuánto le costó llegar. Y ahora su percepción se hace muy fina y sabia. ¿Qué hay del otro lado? Lo que él ya intuía: nada.

Fuente: www.somosvoley.com

Foto: Web

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